Me diagnosticaron con creatividad a los 4 años. Expertos afirman que es incurable. Estoy condenado a crear toda mi vida. Es una bendición y una maldición. Una bendición porque puedo crear y una maldición porque tengo que hacerlo.
A partir de mi diagnóstico he traído muchas creaciones al mundo; la mayoría sin terminar. Otras muchas aburridas, sin carisma; como si les hubiese faltado oxígeno, vida. Y muy pocas creaciones son las que me dejan atónito, perplejo. Estas, las que me dejan sin palabras, son las que contemplo y dudo: ¿esto lo cree yo? Éstas son el combustible para no perder la esperanza de que algún día, una de estas creaciones curará la enfermedad.
Uno de los síntomas más graves de esta terrible condición es nunca estar totalmente satisfecho con lo que se ha creado. Sentenciado a tratar de extraer la belleza de la existencia, condensarla, y plasmarla en una obra. Una búsqueda interminable y circular. Existe un momento de dualidad especial en la vida del creativo: cuando termina una obra. Toda la emoción, la satisfacción y la sensación de realización empiezan a manifestarse. Sin embargo, no mucho tiempo después empieza la incertidumbre y la duda. El creativo regresó al principio, volvió a cero: ya no está creando nada y debe volver a comenzar. La felicidad del creativo se extrae de verse a sí mismo avanzando hacia lo que se intenta crear, no tanto de obtener el producto final. Porque aunque la obra sea maestra, al terminarla, el creativo se enfrenta con el siguiente problema: su próxima creación.
Existen épocas de sequía y épocas de abundancia. Las de sequía suelen ser mucho más extensas que las de abundancia. Sin embargo, hay un peligro muy grave que puede destruir por completo al creativo: querer abandonar su don. Esta tentación puede presentarse con especial fuerza durante la sequía. El creativo empieza a dudar de su habilidad. Si esa duda se convierte en resentimiento, es muy difícil regresar. Se puede desarrollar un resentimiento con el don creativo en sí, porque aunque uno se sabe repositorio del mismo, ve que nada da resultado. “Dudo de mi proceso creativo, dudo de mi habilidad, dudo de mi visión, dudo de mi capacidad de dar vida a la belleza.” Si uno se rinde ante esta situación, uno termina en el desierto, sin brújula y sin cielo estrellado. Totalmente perdido. Uno empieza a olvidar cómo se siente crear. Ya no se sabe por dónde volver a comenzar a hacerlo. Todo el proceso creativo practicado por años ya no sirve. Es un vejestorio. El creativo entra en territorio desconocido. Un mundo en el que no existen sus creaciones. Él trata de aprender otros oficios, otros pasatiempos. ¡Tiene que existir algún sucedáneo! Nada parece servir. Él se revuelca en su miseria. La maldición le reclama desde lo más profundo de su ser, pero él no sabe cómo calmarla. Su resentimiento con su propia enfermedad parece haber empeorado todo.
Uno no puede simplemente decidir dejar de ser creativo. Es decir, se puede hacer, pero ciertamente se sufrirán las consecuencias. El creativo debe darse cuenta de que está en sus manos convertir su maldición en bendición. Si no se pone manos a la obra, y cree que puede reprimir su creatividad, pagará un precio muy alto. Debido a esto, hay que aprender a lanzarse de nuevo, como si fuese el primer momento. Aceptar que ha pasado una época de su viaje creativo, y recibir la nueva con brazos abiertos. Es muy probable que esto suponga un nuevo aprendizaje, un nuevo proceso creativo, una manera nueva de encontrar inspiración. Pero lo que sí está claro es que la cura a la creatividad es la misma que su condena: crear.