Quiero compartir algunas reflexiones, no tanto como un erudito que ha llegado a altas cotas de conocimiento, sino más bien como un niño ingenuo que ha descubierto la luna.
Os invito a viajar en la relación de dos temas que me apasionan y que sólo pueden separarse de manera intelectual: la educación y el amor.
Esta combinación es universal, pero en Personas con Alta Inteligencia Sensible (PAIS), una mala capacitación para el amor puede tener consecuencias explosivas. Las PAIS son muy excitables por el amor y si su percepción en la infancia no es de amor incondicional es posible que se desarrollen envueltos en una vida de amores y temores muy desordenados.
A su vez, cuando la educación es sensible a su originalidad, son capaces de corresponder con amor maduro: se manifiestan cordiales, serviciales amantes de la sociedad y luchadores contra la injusticia. Son capaces de combinar una afectividad tierna y enérgica a la vez. Se muestran empáticos, comprensivos con todos, compasivo con la vulnerabilidad y el sufrimiento de los demás. Su bandera es la del agradecimiento y el perdón, y su anhelo es el amor sin limites de banderas, de ideologías, de religiones. Su medida es el amor sin medida.
Pero esta alta capacidad para el amor tiene un contrapunto de sufrimiento que puede aniquilar a la persona o insensibilizarla de tal modo que no se vea el amor por ninguna esquina. Personas con alta capacidad para el amor terminan en la cárcel después de cometer los delitos más deleznables o terminan con sus propias vidas por el suicidio.
El reto es importante, las dificultades… ¡abundantes!, pero si tenemos una buena barra con la que hacer palanca y un punto de apoyo, las PAIS transformaran el mundo.
Así lo decía Arquímedes: “dame un punto de apoyo, y moveré el mundo”, pues bien, la educación sensible es esa barra firme con la que hacer palanca, pero con todo ello, no moveríamos un milímetro sin el apoyo insustituible del Amor original, del Origen que nos ha originado a cada persona como amor encarnado maravilloso e irrepetible
Se habla mucho de competencias, de capacitación, de formación para la vida, fortalecer la voluntad, despertar el interés, promover el esfuerzo inteligente, educar las emociones, educar en valores, desarrollar las inteligencias múltiples, aplicar nuevas metodologías, aprendizaje cooperativo, estudiantes que aprenden por sí mismos, docentes con empatía y liderazgo, atención a la diversidad, formación de profesionales con capacidad de reinventarse, con idiomas, emprendedores, innovadores, resiliente, que trabajen en equipo, que sepan convivir y resolver los problemas de forma pacífica. Todo esto es fantástico, pero no es más que la barra con la que hacer fuerza, ¡y hace falta una barra dura! ¡bien preparada!, pero si falta el amor, ese punto de apoyo firme y duradero, que da sentido y plenitud a la vida, sería como el que cose sin hilo…
Parafraseando a Pablo de Tarso, aunque preparásemos a las nuevas generaciones para que sean capaces de afrontar los problemas del mundo: emprendiendo grandes empresas, liderando a las masas… ¡Aunque aprendan toda la ciencia!, si les falta el amor, no serían nada.
E incluso, si les inculcásemos valores que los llevasen a fundar ONGs, iniciativas sociales con las que ayudar a otros a salir de la miseria, de la enfermedad, si no es por amor, de nada les aprovecharía.
Basta con mirar a nuestro alrededor para darnos cuenta de que muchos de esos que se llaman altamente cualificados, son a su vez incapaces, incompetentes, para estar alegres, satisfechos con la vida que viven. Pueden alcanzar grandes metas profesionales y sociales, pero sus días quedan vacíos y frustrados si pierden ese narcótico del “hacer, hacer y hacer” ….
El miedo les moviliza a escapar de un abismo de desesperación, y buscan los sucedáneos de felicidad que ofrece la gratificación de la productividad, el placer de las relaciones afectivas sin compromiso, o en la búsqueda compulsiva de diversión desenfrenada. Todo esto que se presenta seductor y atractivo, acaba por ser insatisfactorio, y la persona se ve prisionera en esta “espiral de sin sentido”.
Mejorar los hábitos por voluntad sin amor es voluntarismo. La voluntad sin amor maduro se desconecta de la libertad original de la persona para regirse por el libre albedrío que surge posteriormente con el desarrollo de la mente consciente. Igual que el sexo desconectado del amor es masturbación o violación por una compensación placentera, la fuerza de voluntad sin amor es una especie de masturbación o violación mental por una compensación gratificante del logro. Viva la voluntad, viva el sexo, pero siempre con amor.
No hacen falta ejemplo para entender que el profesor puede mandar al alumno a que conozca… ¿Pero puede mandar a que ame? “¡Te mando que te aprendas esto!” y el alumno con ganas o sin ganas es posible que lo aprenda, pero ordenarle “Ama aquella persona” … No parece que se pueda imponer. Sólo se ama si se quiere de corazón.
Y es que no basta la emoción del cuerpo para hablar de amor, también se requiere el sentimiento de la mente y el afecto del corazón; y los tres en una única forma de unión en el nosotros al que el “yo” se entrega al “tú” para ser más sí mismo y corresponder al Amor que es el Origen que le originó como amor original encarnado en la persona que es con los otros y con su origen.
El amor no se puede mandar; es una dinámica íntima de la persona que puede tenerse o no, pero a la que no se puede acceder por obligación. El amor sólo se aprende cuando se vive: cuando lo recibimos y cuando lo damos. Es como el fuego: se propaga por el roce y se extingue cuando se ahoga.
Pero aún así, hasta la persona más incapacitada para amar es amada en su origen de tal modo que le mantiene en el ser y misteriosamente, aumenta el amor, cuanto más herida y perdida está la persona, como la madre que se compadece de su hijo enfermo.
A mi no corresponde describir cuál es el Origen; cada persona desde su sensibilidad es capaz de conocer el amor que le abrasa el corazón. Cuanto más sensible es la persona más capacidad de captarlo, pero a la vez es más propenso a la irritación, lo que llena de confusión y desesperación a la persona por el dolor que genera.
Muchos papás y educadores creen que enseñan valores con sus lesiones magistrales, pero los valores que realmente aprenden sus hijos o alumnos son los principios que se viven en casa, en el aula y en el entorno de cada cual. Si los papás y profesores se cierran al prójimo, lo ignoran, lo evitan, lo envidian, lo etiquetan o incluso lo odian, sus lecciones sobre amor carecen de credibilidad.
Es así de simple: nos capacitamos y capacitamos para el amor, cuando atendemos y servimos a los demás manteniéndonos en propiedad de sí, para siempre estar dueño de uno para poderse entregar a cada instante. Así de sencillo decimos, pero así de difícil.
Pero lo más maravilloso del amor personal no está en el amor que podemos dar, sino en la capacidad de dejarse amar y la sensibilidad tridimensional de la persona es la que se queda afectada por el amor original infinito que ningún sufrimiento puede apagar.
Cualquier persona normal se identificaría con el título de este artículo: “Educar: capacitar para el amor”. El corazón de toda persona está creado para amar y aunque no supiera porqué, acogería esta idea con entusiasmo. En todas partes se habla de proteger al indefenso, ser solidarios… Y entonces, si todos estamos de acuerdo en la conveniencia de amar, ¿Por qué falta tanto amor en el mundo? Amar, no cuesta dinero, ¿Por qué no “se ama” más? Y es que incluso, cuando amamos nos sentimos mejor…
La respuesta la buscaba fuera, pero la encontré en mi corazón: “no se ama” porque no amo… Y no amo, no porque no quiera, sino porque encuentro heridas y otras fuerzas en mí que me impulsan a otra cosa. Esta experiencia, es el punto de partida para capacitarnos en el amor.
Y como educador, te invito a caer en la cuenta de esta limitación que pareciendo ser humillante, resulta el primer paso hacia la excelencia. Lo que echamos en falta fuera, no es más que el reflejo de lo que falta o está dañado dentro de nosotros. Esto nos hace comprensivos, compasivos y nos permite identificarnos plenamente con las demás personas, a pesar de sus errores.
“Entonces”, me podrían preguntar, “a pesar de las guerras, de las injusticias, ¿hay amor en el mundo?” Sí, ¡hay amor a raudales!, y cuando amo participo de se amor inmenso y cuando no amo, también participo, aunque quizá no lo veo, no lo encuentro. En este caso, la actitud arrogante nos llevaría a dudar del Amor, pero si somos realmente amantes, la actitud será de mansedumbre, paciencia, confianza, esperanza… y a seguir buscando con entusiasmo.
Por mucho que nos empeñásemos los seres humanos en no amar o incluso en odiar, la Fuente de Amor es tan inagotable que siempre habrá Amor en el Mundo.
Así, sea cual sea la situación que nos haya tocado vivir, cuanto más capacitados estamos para vivir desde el Amor, más disfrutamos de nuestra existencia y hacemos de nuestra vida una invitación a la Esperanza. Las personas capaces de amar: viven alegres, dónde otros sólo encuentran tristeza. Gozan dónde otros sólo sufren dolor. Descubren belleza, dónde otros sólo ven inmundicia. Viven en abundancia donde otros sólo perciben miseria.
Fue con la llegada de Jesucristo a la Tierra cuando se comienza a hablar del Amor en su versión más radical, llevando esta capacitación a su máxima expresión: amar hasta el extremo, hasta darlo todo por Dios y los demás. Y no solo amar al que te ama, sino al indiferente e incluso al que te odia, al que te quiere dañar, ¿puede haber más amor? No hace falta creer que Jesús de Nazaret es Dios y que resucitó para aceptar la verdad científico-histórica de lo que dijo y vivió. Y como científico te deja pensando, ¿por qué tanto interés en atacar este mensaje y estos hechos históricos?
Esta fue, y sigue siendo la radical y perenne novedad que ofrece el cristianismo a la educación de todos los tiempos: Aprender a amar hasta al que nos odia.
Así lo vivieron desde el principio los primeros cristianos, y ya en el siglo II, tenemos testimonios de personas que llevados por este amor incondicional lo dejaron todo para vivir como Cristo vivió en la Tierra: sin un lugar donde reclinar la cabeza…
Teniendo en cuenta, que esta visión cristiana ha sido la raíz educativa de Europa y América, podemos preguntarnos si los papás, y con más motivo si son cristianos, están empeñados en capacitar a sus hijos para un amor de entrega plena y madura.
Yo diría que muchos sí, pero otra parte dice “no hay que ser tan exagerados… se puede amar, pero no hace falta darlo todo”, “tal y cómo está la vida, uno tiene que guardarse un colchón”, ¿pero se puede exagerar en el amor? ¿Se puede guardarse el amor, “por si acaso”? Sea como sea la entrega debe ser total, o sencillamente, no se puede hablar de tal entrega, porque, o se entrega o no se entrega. No existe una entrega a medias. En todo caso se podría hablar de intercambio, de comercio, pero eso ya no sería entrega.
Las PAIS son propensos a la entrega total, pero si no se les educa, su entrega es inmadura, en lugar de ser un holocausto de amor, se aniquilar. La diferencia es que el holocausto es un entregarlo todo para ser más sí mismo mientras que la aniquilación en la perdida de todo.
Ante esta tesitura, hay papás que tienen miedo a que sus hijos se equivoquen, especialmente cuando se plantean la posibilidad de entregarse por entero a un “tú”. Es comprensible, todo papá quiere que sus hijos acierten, pero por eso mismo, para acertar se debe procurar que estén capacitados para responder con fidelidad al Amor. De otra forma, les estarían educando para el amor con reservas, y ya no sería el amor quien educa, sino el temor.
Si la vida de una persona fuese un vehículo: el amor es el motor y el temor la carrocería, el exterior del vehículo, los límites que protegen la interioridad. Si el temor se convirtiese en el motor, el amor pasaría a ser la carrocería, se quedaría desguarnecido, a merced de golpes, rayones, del frío, de la lluvia… Y si la sensibilidad es alta, el sufrimiento es insufrible.
Esos papás, que sólo querían proteger a su hijo, sin querer, lo han convertido en un desertor de la plenitud que ya no busca la apoteosis de la propia vida, sino que, movido por el temor, sólo busca situaciones que no dañen su amor superficial.
Dice una fábula: Pasó una vez, que un matrimonio de águilas deseaba sentirse seguro y protegido, y decidieron vivir en un corral con las gallinas. Las gallinas admiraran a las águilas por su plumaje y sus garras, y las águilas se sentía poderosas y valiosas. Sin embargo, en su interior sabían que estaban llamadas a volar, pero eligieron esa otra forma de vida, aunque sabiendo que en cualquier momento, si lo necesitaban, podrían echar a volar.
Nació un aguilucho y aprendió a comportarse como sus padres y las gallinas. Sin embargo, su mamá y su papá le explicaban que él no era como las gallinas y asentía, porque eran sus papás, pero en el fondo del corazón no se lo creía, porque pensaba: “si es verdad que mis papás pueden surcar los aires, ¿por qué han elegido vivir en este corral mugriento?” Y desde entonces, no pensó más en la posibilidad de volar alto: sólo soñaba con el momento del pienso.
Un día llegó un lobo al corral, entonces mamá y papá águila indicaron al aguilucho que volase, pero no sabía. Mamá águila con sus garrar protegía a la familia, mientras el papá enseñaba unas técnicas de urgencia, pero cuando el aguilucho intentó mover sus alas, no pudo levantarlas. Estaban llenas de estiércol y le pesaban más que a ninguna otra gallina porque sus alas eran más grandes… Al final, el lobo se lanzó a por el indefenso aguilucho y se lo llevó entre los dientes.
La historia es triste, pero igual que la de tantas familias estupendas que temen que sus hijos aprendan a volar. Como educador les invito a confiar; a que no tengan miedo a abrir horizontes a sus hijos. Si el águila está llamada a volar, lo mejor que sus papás pueden hacer es enseñarle a volar, comenzando con el propio ejemplo.
Al final de los días unos hijos podrán decir, “mis papás me dejaron riquezas”, otro dirá «a mí me dieron un porvenir”, pero sólo unos estarán eternamente agradecidos, los que puedan decir: “mis papás me capacitaron para amar”.
Pero me podrían decir: “sí, todo esto está muy bien, pero yo ahora no tengo tiempo de volar alto, de hacer grandes cosas por los demás, ya la vida trae suficientes problemas como para que nos la compliquemos nosotros aun más”.
Esto es un error, amar más no significa siempre hacer más cosas, sino poner más amor en lo que ya se hace. No es complicarse la vida, sino simplificarla al máximo: vivir para amar.
Entonces, ¿cuáles son esas pequeñas cosas cotidianas y continuas que nos llevan a volar alto y con las que capacitamos a los hijos y a los alumnos para el amor?
Volamos alto y capacitamos para el amor, cuando sabemos disculpar los errores y comprendemos las debilidades ajenas. Cuando tenemos paciencia con sus defectos o con aquellos rasgos de carácter que nos desagradan. Cuando hablamos bien de los demás, admiramos sus cualidades y agradecemos sus detalles.
Volamos alto, cuando nos adaptamos a los gustos del otro, cuando sabemos dar la razón, cuando pedimos perdón.
Capacitamos para el amor cuando dejamos que sean los demás quienes luzcan, cuando reconocemos nuestros fallos y no nos envanecemos con nuestros aciertos.
Volamos alto cuando no nos sentimos ofendidos cuando nos contrarían, y actuamos con energía, pero con mansedumbre, sin irritarnos.
Capacitamos para el amor cuando sabemos olvidar, pasamos página, no ponemos etiquetas, ni ahogamos nuestra esperanza en las malas experiencias: “es que mi hijo es así”, ¡¡no!!. Hasta ahora, su comportamiento habrá sido de un determinado modo, pero tu hijo es excelente y debes mirarle con esperanza.
Capacitamos para el amor cuando somos ingenuos, no en el sentido de ser “tontos”, de no darse cuenta de nada, sino en el sentido de ser buenos y compasivos, de saber aguantar y esperar siempre que suceda lo mejor.
Termino con la siguiente consideración. No sé que será de la educación ni de la sociedad en los próximos tiempos, pero sí estoy convencidos de que sólo basta un puñado de familias y educadores empeñados en capacitar para el amor para que su influencia se extiende rápidamente a otras familias y a la sociedad en general, obligando a replantear los sistemas en favor de la «civilización del amor».