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by Luis Manuel Martínez Domínguez / julio 10, 2023

Del sufrimiento a la felicidad

Llevo escrito muchos artículos y libros, y desde hace décadas me dedico al asesoramiento personal, pero no dejo de pasar por momentos de sufrimiento. Con frecuencia caigo en la cuenta de que mi corazón necesita seguir siendo sanado, desatado y liberado para poder ayudar de verdad a otras personas. Las…

Llevo escrito muchos artículos y libros, y desde hace décadas me dedico al asesoramiento personal, pero no dejo de pasar por momentos de sufrimiento. Con frecuencia caigo en la cuenta de que mi corazón necesita seguir siendo sanado, desatado y liberado para poder ayudar de verdad a otras personas.

Las personas con sobreexitabilidad, alta sensibilidad, capacidad compleja, alta inteligencia sensible o como se le quiera llamar; en definitiva, las personas a las que se dirige esta revista, pasan la vida en una tensión sanadora de heridas en su corazón, destructora de cadenas en su mente y liberadora de malas influencias que hacen sufrir, para pasar a una tensión creadora de confianza total, amor maduro y esperanza segura, que trae como consecuencia la felicidad.

Y señalo «amor maduro» y no sólo amor porque, una de las cosas que más hacen sufrir a la persona es el amor; el «amor inmaduro», que junto con el miedo y la indiferencia, son tres degeneraciones del amor original que nos hacen infelices.

El miedo en sí no es malo, pero sólo vale la pena tener miedo a separarse del propio origen, porque es esa separación la que nos hace sufrir. Y la indiferencia tampoco es mala, cuando se aplica a lo que nos trata de influir para separarnos de nuestra originalidad.

Pero tanto el amor inmaduro, como el miedo, como la indiferencia es lo que daña la sensibilidad del niño desde su concepción y cuanto mayor sea la sensibilidad y mayores los amores inmaduros, los miedos y las indiferencias, mayores serán los daños, pero a su vez, y esta es la gran esperanza, mayores será los arreglos, las sanaciones, las liberaciones y los desarrollos de la originalidad que se abraza a su origen.

Algunos, mediante diversidad de técnicas y formas de vida, tratan de quitarse la tensión mala que daña, pero todas esas técnicas o estrategias existenciales, son «refugios» que nos convierten en un personaje incapaz de vivir las expectativas sublimes a las que aspira su persona auténtica; la persona original que cada uno es, y no el personaje que uno querría ser por engaños, heridas, miedos y amores inmaduros.

Unos intentan quitarse todo amor y miedo para no sufrir, y ciertamente vivir desapegado de todo es un modo de que nada te afecte, pero sin afectos, uno deja de vivir de corazón: mata el espíritu, uno se desvincula del amor, y sin amor maduro, no hay felicidad plena.

Sin auténtico amor, la persona se despersonaliza, el humano se deshumaniza, la sociedad se embrutece, y la brutalidad aleja de la originalidad y lleva a lo falso, aleja de la belleza y lleva a lo feo, aleja de la ternura y lleva al abandono y la soledad, aleja de energía y lleva al hundimiento, aleja de la unidad y lleva a la división, aleja de la libertad y lleva a la esclavitud aunque se vista de «señor de la cárcel», aleja de la abundancia y lleva a la miseria, aleja de la alegría y lleva a la tristeza.

Para no sufrir, claro que se debe vivir desapegado de todo, pero para ser feliz, se debe vivir apegado al propio origen que colma el corazón.

Desapegado de todo y aferrado al origen, este es el secreto para dejar de sufrir y ser feliz a pesar de los pesares.

Otros en lugar de desapegarse de todo intentan apegarse a lo que les seduce, pero nada les satisface, siempre falta algo y todo termina en daño y desengaño.

Ante el daño de tener expectativas altas y el desengaño de las falsas expectativas, muchos bajan sus expectativas para no sufrir. Y ciertamente, las expectativas se pueden quitar de la mente, pero no del corazón, porque estaban antes que nosotros mismos en estado de conciencia. Sólo anestesiando el corazón se puede vivir sin expectativas. Pero bajo la anestesia, uno no puede realizarse; es como un suicidio espiritual.

Otros tratan de llegar a sus altas expectativas, a sus sueños, por la fuerza de su determinación, pero se encierran en su razón, en su voluntad y en sus sentimientos, y terminan por romperse o romper a otros, o nunca llegan a colmar sus anhelos porque no es posible colmar el corazón con voluntarismo, racionalismo y sentimientos idolátricos. Llegado un punto, la frustración y el vacío, también puede llevar al suicidio, pero en este caso, del cuerpo y de la mente, porque el espíritu, ya lo habían matado hace tiempo.

Una persona con poca sensibilidad o refugiada en su «torre de marfil», tal vez logre no sufrir en una vida de ficción, al menos por un tiempo, pero los muy sensibles sólo son felices cuando viven de forma auténtica; no hay refugio, es una lucha sin cuartel.

La sensibilidad no les permite engañarse, y si logran engañarse sufren sobremanera. El sensible no es mejor ni peor por esto, simplemente es así. La sobreexitabilidad tiene la desventaja de hacer sufrir por todo o llevar a la persona a desintegraciones que duelen en lo más hondo. Pero tiene la gran ventaja de no aceptar engaños, de poder evolucionar hacia integraciones positivas, que ayudan a la propia persona a ser feliz, aunque no cambien las circunstancias, y a la vez, esta actitud ya es un inicio de cambio en las circunstancias.

Como diría aquel, uno se hace el cambio que quiere para el mundo, y el mundo se afecta por ese amor maduro del sensible que irradia autenticidad y desde la luz, es más fácil ver los errores, rectificar hacia un modo de vida interdependiente y madura, que trae como consecuencias una felicidad sostenible para todos.

¿Cómo pasar del sufrimiento a la felicidad?

Ríos de tinta se han derramado por libros religiosos, clínicos, filosóficos y de autoayuda, para tratar de responder a esta pregunta, y yo no voy a ser el guay que dé la solución: la solución está dentro de cada uno. Y en esto suelen coincidir casi todos los libros, pero cada cual sólo podrá leerlo en su propio corazón. Nadie nos puede dar la llave de la felicidad y menos si nosotros le damos la nuestra.

¿y porqué siguen proliferando libros de autoayuda y demás para decirlos que la clave está dentro? Porque

vivimos en un mundo que nos insiste en culpar hacia fuera, como si el consuelo de culpar a otros de nuestros sufrimientos nos diera la felicidad.

Quizás, lo primero será identificar qué es el sufrimiento y qué es la felicidad, para concluir que se puede llegar a ser feliz incluso habitando el sufrimiento. Y como diría otro, el sufrimiento y la felicidad son como el trigo y la cizaña que crece en nuestro corazón, y si tratamos de arrancar el uno antes de tiempo, puede que arranquemos también el otro.

El sufrimiento, igual que la felicidad, tiene tres niveles inseparables, pero identificables y claves para comprender en qué dimensión personal nos estamos moviendo:

  • En la dimensión corporal, se da un sufrimiento y una felicidad caracterizado por la emoción. Las emociones son volátiles, y existen muchos modos de quitar este sufrimiento sensacional y tender a estados de felicidad placentera. Pero a todo nos adaptamos, nos habituamos, aunque las personas altamente sensibles viven con tal intensidad las emociones que pueden parecerle insufrible y a la vez, toda felicidad hedónica enseguida, se queda pequeña si no educamos el carácter.
  • En la dimensión mental, son los sentimientos los que nos proporcionan el sufrimiento y la felicidad mental. También existen modos de suprimir el sufrimiento sentimental y tender a estados de felicidad gratificante, que es la propia de esta dimensión y también con la educación del carácter, se puede disfrutar y sufrir menos por virtud. También conviene advertir que desde la mente se regula el sufrimiento y la felicidad emocional, al igual que es en la mente donde nos afecta el sufrimiento o felicidad del espíritu, pero ese sufrimiento o felicidad espiritual ya no se logran controlar con la educación del carácter, de lo contrario, se caería en un voluntarismo que rompe a la persona con alta sensibilidad en particular.
  • En la dimensión apertural (espiritual), el «yo» habita con el «tú» y forma un «nosotros». En esta dimensión, son los afectos los que nos hacen sufrir o nos dan felicidad. Así como las emociones son volátiles y los sentimientos tienden a finalizar, los afectos son la alteración más perdurable con tendencia a no finalizar si se alimentan, para bien o para mal.

Conviene diferenciar las tres dimensiones para ver el modo de habitar el sufrimiento inevitable con felicidad, suprimir el sufrimiento evitable y reconocer la gozada de la vida, para no sólo estar felices o tratar de hacerse felices, sino de ser felices ahora y siempre, pase lo que pase.

Como analogía se puede pensar en una hoguera: los afectos son los troncos, los sentimientos son las ramas y las emociones son la hojarasca. Lo que resulta fundamental para ser hoguera, son los troncos, que a su vez se prenden por las ramitas y estas por la hojarasca, pero sin los troncos, la hoguera no se mantiene encendida, no da brasas para el candor del «hogar interior».

Para que los afectos sean de felicidad y no de sufrimiento, es imprescindible que estén alterados por el origen de la propia persona, que a su vez está desengañada de toda alteración ficticia, de todo lo que no es lo original, lo auténtico. Así, la persona puede manifestar emociones de sufrimiento, que la alta sensibilidad puede mostrar con gran intensidad, pero si la persona cuenta con unos afectos aferrados al origen que da felicidad, ese sufrimiento es ligero y llevadero. Incluso, puede ocurrir que no sean meras emociones de sufrimiento, sino sentimientos, algo más perdurable, pero si los afectos son del origen habrá felicidad, a pesar de los pesares.

Finalmente los sentimientos de dolor pasarán, e incluso pueden llevar a que se inflame más la felicidad del afecto, porque el origen pone amor donde no hay amor y saca más amor.

Pero si uno se focaliza en las emociones de sufrimiento, si se obsesiona con los sentimientos, los afectos se alteran con ese sufrimiento y se alejan del origen, que es su conexión le que produce la felicidad inmutable.

Las emociones y los sentimientos no son siempre manifestaciones de alguna ficción vivenciada. En ocasiones, serán consecuencias de engaños y esos engaños afectan al corazón que sufre a fondo, pero otras veces, los sufrimientos con ocasionados por vivencias auténticas, y por amor maduro. Pero si ciertamente el amor es maduro, será sensible al origen y podrá ser feliz, a pesar de los pesares.

Pero ojo, aceptar el sufrimiento no es resignarse a sufrir; cuando uno lo acepta se pone en condiciones de minimizarlos e incluso transformarlo es emociones y sentimientos de felicidad.

Se podría decir que existe un sufrimiento auténtico y purificador que nos acerca a la felicidad, y un sufrimiento falso y destructivo que nos aleja de la felicidad inexorablemente.

A este habitar en el origen, desde la educación sensible se llama habitar el propio «hogar interior», es ahí donde nos sanamos, nos desatamos y nos liberamos, para salir al mundo a sembrar paz y alegría con la felicidad que da el amor maduro, la confianza total y una esperanza segura. Y es que, pase lo que pase, desde el origen, uno lo pasa bien. Es ahí donde el sufrimiento es purificador, tiene un sentido que captamos con el corazón pero que no comprendemos con la mente.

Quien no sabe regresar a su «hogar interior», quien se pierde de su origen, para no sufrir, busca «refugios», pero son espacios provisionales, que convendrá agradecer, pero no convertir en un hogar ficticio que sólo encontramos en nuestro propio origen; nuestra propiedad, nuestra casa del corazón.

¿Pero qué es el «origen»?

Es lo que es y nos ha originado para que también seamos originales en la existencia. Uno puede captarlo con su corazón y aceptarlo con su mente, por esto es tan importante la mente en relación a sufrir o ser feliz, como torre de control de todas las dimensiones de la persona.

Nuestro mundo que idolatra a la razón, con dificultad capta el origen, la mente llena al «yo» de engaños, de ficciones, de rigideces, de rituales escleróticos, de ideas infantiloides, de idolatría a lo que sólo es una representación del origen, en lugar de adorar al origen en sí. Y otros se proclaman el origen de sí mismos y se hace su propia religión. Estas interpretaciones ficticias de lo original son refugios insostenibles. Sin duda, lo falso se parece mucho a lo auténtico, pero de cada cual está en extremos opuestos (pensemos por ejemplo en un billete auténtico y otro falso).

La sensibilidad detecta la sutil diferencia entre lo falso y lo auténtico, y esto hace sufrir, a no ser que uno viva desengañado de todo y apegado solo al origen. Y para los que son poco sensibles, llega un momento que la propia ficción se les derrumba, los billetes falsos destrozan el mercado y por mucho que traten de revelarse a lo original, al final lo original les sobrepasa. Pero eso es bueno, porque tienen la oportunidad de aceptar y ser felices de corazón.

Los afectos heridos, esclavos y manipulados sufren. Y para dejar de sufrir, la persona tendrá que dejarse sanar, desatar y liberar por el origen que fluye dentro de sí para regresar al propio hogar «hogar interior». Esto se consigue por el amor maduro, lo que significa que nunca uno podrá sanarse sólo.

Y siempre quedará la cicatriz, aunque se sane la herida, pero cicatrizada esa herida, se convierte en un tesoro de gran valor que es fuente de alegría. Y es que si el origen es amor maduro, un amor maduro perpetuo; ante las heridas, el amor fluye más; la persona se inflama aún más por el amor original y la consecuencia de felicidad es aún mayor.

La cicatriz es un recuerdo de victoria, de realización personal, de aprendizaje que se agradece como camino de liberación y cuidado de otros y de sí mismo, desde el amor maduro. La herida fue una puerta que nos sacó de la mentira y la cicatriz es lo que encierra a la mentira para que no nos confunda más.

Cuánto tenemos que agradecer a las heridas cicatrizadas.

En conclusión, vale la pena vivir desengañado de todo, lo que no significa «estar pasado de rosca», sino aceptar con humildad que fuimos engañados, pero hemos aprendido de la vida para sólo apegarnos al origen que es la fuente de lo original, lo que no engaña, lo auténtico, lo que sana, desata, libera y nos hace amar con madurez a pesar de los pesares, lo que traerá como consecuencia la felicidad que no cesa.
Y la otra conclusión, esto no lo puedes hacer sólo; lo que te recomiendo es que te dejes acompañar por alguien con talento y que ya haya pasado por esos ríos de sufrimiento que desembocan en el mar de la felicidad. Confía en tu origen y serás feliz.

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