Se podría pensar que el aislamiento es cosa de “gente rara” sin embargo, es un comportamiento de lo más común entre personas con alta sensibilidad que viven en entornos o periodos de daño social. Incluso y a pesar de ser personas muy sociables y queridas por los demás, las personas con alta sensibilidad, cuando vivencian un periodo de reiterado daño relacional, pueden verse abrumadas por las relaciones, acobardadas de salir de sí o con una distorsión del propio autoconcepto que les encierra en su propia mentira.
Los casos más llamativos se ven en aquellas personas, que con alta sensibilidad, han vivido una infancia de daños. Su aprendizaje es “los otros dañan, no hay nada que pueda hacer para evitarlo, tarde o temprano terminarán dañando, no vale la pena crear vínculos porque siempre terminan con un daño afectivo muy alto. Cuanto más alejado esté de los otros, mejor”.
A su vez, la alta sensibilidad de la persona le hace captar que le conviene relacionarse, que debe dar nuevas oportunidades a las personas, a la vida, a sí mismo, pero falta la motivación original, la que procede del saberse maravilloso y valioso desde el origen.
Pero la experiencia de daño no tiene que producirse desde la infancia o de forma clamorosa para que se tienda al aislamiento. A veces comienza con la entrada en una nueva escuela, en un grupo de tiempo libre, con el inicio de disfuncionalidad familiar o un pequeño goteo de fraudes afectivas, que para personas menos sensibles podría pasar desapercibido.
También sucede que la persona con alta sensibilidad vive con alta intensidad, autopresionada y cualquier pequeño toque a gran velocidad se convierte en una bofetada existencial.
La persona con alta sensibilidad vive con alta intensidad, muy autoexigida y cualquier pequeño toque a gran velocidad se convierte en una bofetada existencial.
Así, el daño relacional que aísla a las personas sobreexitables, no tiene que ser una cosa constante, profunda y con todas las personas. Cuando uno es sobreexitable, conviene ser honrado consigo mismo y reconocer esa tendencia, sin culpar ni culparse. Conviene reconocer que uno se ha vuelto un poco más evitativo ante ciertas situaciones después de vivir repetidas vinculaciones con otros que han fracasado, han resultado abusivas, engañosas, manipuladoras, decepcionantes, fuentes de incomprensión… Aceptar que esto es así, es un gran paso de sanación interior, que es el primer paso de la educación sensible.
Además, será un reconocimiento maduro cuando se acepta que hay elementos objetivos, creados por la forma imperfecta de ser de los otros y por la forma imperfecta de ser uno mismo y existen elementos subjetivos, que son alteraciones de la realidad creadas por el propio pensamiento, la propia imaginación, las propias emociones, la frustración, la rabia, el resentimiento, en definitiva, el “yo” herido e inmaduro. Lo que algunos llaman “ego”.
Sin necesidad de ser algo objetivo, la persona puede comenzar a experimentar que está siendo juzgada constantemente o dañada de algún modo, sin que los demás sean conscientes de ello. La intuición característica de la persona con alta inteligencia sensible se desajusta y empieza a interpretar lo que hacen otros de forma equivocada: “no me saluda, porque no quiere nada conmigo” (“¡pero que no te ha visto!, que iba agobiado pensando en la multa que le acaban de poner”), “soy un pesado y molesto a la gente”, “soy muy intenso y dejo a la gente agotada”… Añade tus frases.
Estas personas que se culpan a sí mismas, presentan una inmadurez subjetivizante que los lleva a creerse las causas o motivos que se manifiestan en daño; “si yo no fuera como soy, no estaría dañado”. Eso es sólo media verdad.
La otra media verdad la detecta el inmaduro objetivizante: “Esta persona es un traidor, me ha intentado engañar, quiere hacerme daño, pero no se lo voy a consentir”. La persona se trata a sí misma como mero objeto, víctima de otros, y no asume la parte de responsabilidad que lleva a la vivencia de angustia en la que está.
Otras inmadureces tienen una mezcla de ambas, objetivizante y subjetivizante: Por un lado, la persona piensa que la realidad es como él la piensa (subjetivismo) y, por otro lado, se considera mero objeto de daño por parte de otros (objetivismo). Para el victimista, son otros los culpables de un daño objetivo, y que para que deje de haber daño, los otros deben dejar de hacer o ser lo que éste considera como razón objetiva y única.
Esta inmadurez mezclada de subjetivismo y objetivismo cuando conviene es otra media verdad. Y es que
lo más difícil de desmontar no son las mentiras que se cuenta uno a sí mismo, sino las medias verdades.
Pongamos por caso, que la otra persona ha insultado o ha tratado de manipular. Ciertamente son motivos que pueden dañar, pero si la persona afectada no lo permite, no tendría que hacerle tanto daño y de forma tan sostenible.
Es decir, el daño es objetivo y subjetivo a la vez, y las personas tenemos el poder para liberarnos del daño subjetivo con la libertad interior. Tal vez, uno no pueda cambiar el abuso, la violencia o lo que sea que daña, pero si podemos cambiar la propia actitud interior, y en lugar de llenarse uno de ira, de rencor, de resentimiento, de rabia o de deseos de venganza, uno puede elegir llenarse de paz, de perdón, de agradecimiento, de comprensión, de esperanza.
Esto es fácil de decir, pero muy difícil de vivir cuando se juntan varios factores:
- si uno tiene alta sensibilidad,
- si no tiene motivos de esperanza,
- si no tiene un “hogar interior” en el que sentirse en paz, desde donde comprender o agradecer la vida a pesar de los pesares.
Con estas premisas, es comprensible que la persona en situación de daño social tienda a refugiarse en sí mismo y sus cosas.
Es en la esperanza segura del amor creador donde la persona puede descubrir que todo daño es apariencia o superficialidad, mientras que lo original y profundo es alegría.
Esta es la realidad original y sólo puede descubrirla una persona si decide abrirse a su origen y habitar con éste en su “hogar interior” para vivir de forma apoteósica: a pesar de los pesares.
Nadie niega que haya habido un pariente maltratador, unos amigos humilladores, unos educadores manipuladores o una pareja posesiva, pero eso nunca es excusa para justificar el aislamiento social: “mejor sólo que mal acompañado”, dirán algunos. De primeras, eso habría que verlo, y de segundas, tú eliges las compañías.
“mejor bien acompañado que mal acompañado; la soledad no es una opción”.
La soledad camuflada por lo digital o lo animal
Uno de los problemas de nuestra realidad es que se puede crear una apariencia de compañía por vía digital o animal. Juegos en red, redes sociales, chat, relaciones virtuales o mascotas de compañía. Cada una de estas vías tiene sus alicientes y son muy diferentes, pero ambas comparten una fundamental para la persona inmadura: “yo controlo el vínculo”. Pero estamos ante una apariencia de vínculo o un vínculo superficial que se queda en la emoción o el sentimiento y no llega al afecto. Sólo se puede amar con emoción, sentimiento y afecto a personas con las que se forma un “nosotros interdependiente” en el que uno se controla a sí, pero no controla la relación y menos al otro: la relación madura no se basa en el control sino en la confianza, en la donación reciproca, en el amor maduro. Y eso no quiere decir que sea “perfecto”, por eso existe la rectificación, que dicen que es de sabios.
La relación madura se basa en la confianza, la humildad y la rectificación.
No se está diciendo que vínculos con lo digital o con las mascotas sean malos, de hecho pueden ser estupendos y muy enriquecedores. Lo que se dice es que convertir esos vínculos en prioritario de la propia existencia, en un modo de narcotizarse el corazón y a la postre, un daño profundo para la persona sensible, pues, por muy fuerte que sea el narcótico relacional, su interioridad le sigue diciendo: «no es esto», «te falta algo».
En ese llamado del corazón, la persona sensible puede tratar de vincularse con la Naturaleza, con la Humanidad en general o con un modo de vida, pero regresa el reproche del propio interior: «no es esto», «te falta algo». Y es que la persona, sin darse cuenta, lo que hace es personalizar a la Naturaleza: «la madre naturaleza» o a la Humanidad: «la familia humana» o el estilo de vida: «la comunidad tal», pero es como se personalizó a la mascota: un sucedáneo del amor personal con el que no se puede entablar una relación de intimidad.
Las personas nos realizamos con plenitud dándonos en amor personal y eso requiere que el vínculo principal sea persona, pero no cualquier persona: debe ser una persona madura que vive en su originalidad. Precisamente, quien ha nacido o convivido con personas inmaduras experimenta el daño de esas personas. Y en cierto modo todas las personas somos una experiencia de inmadurez, pero es la educación sensible sana los vínculos hasta encontrar el vínculo original con quien uno puede desplegar su originalidad y desde ahí vincularse con el resto de personas con seguridad, con libertad, con comprensión, con compasión, con admiración y amor de tal modo, que uno pasa a ser más sí mismo por la donación madura de sí.
La sensibilidad humana nos ayuda a captar quien es esa persona que ama y se deja amar con madurez; con esa persona habitamos en nuestro hogar interior y llegamos a la apoteosis de la existencia. No es un refugio sentimental no es un vínculo de amor necesidad sino un amor maduro que saca a la persona de su aislamiento para florecer en más y mejores vínculos con todo.
Esto que se narra, quizás no lo entienda tu razón pero sí tu corazón, pues como decía Pascal: «El corazón tiene razones que la razón no entiende».
Quien tira la toalla, cede el control de sí y se aísla en su amargura
Al final la persona aprende que «no hay nadie en quien te puedas fiar», «no hay nadie capaz de aguantar a alguien tan cargante como yo, con mis altibajos, mis pesimismos, mis negativismos»…
Pero no es un todo o nada. Todas las personas tenemos imperfecciones, pero también tenemos talentos, competencias y cualidades estupendas; el amor maduro hace que el vínculo de imperfectos se haga belleza.
Las personas con capacidad compleja pueden pasar por muchos momentos en la vida e incluso con un temperamento tendente a la sociabilidad, en ciertos momentos, la presión de las relaciones, las demandas de los demás, las autoexigencias, una reiteración de experiencias de daño o un periodo de confinamiento por pandemia, pueden llevar a cualquiera al aislamiento; a evitar nuevas experiencias sociales, porque es tal el roce acumulado, que todo duele mucho.
Incluso puede suceder que la persona se dé cuenta y trate de poner remedio, pero al hacer por arreglarlo, lo que capta es que nada arregla su situación, y al final, saca la conclusión de que toda relación termina en una experiencia de daño, por lo que tenderá a evitarlas cada vez más con más inmovilismo o se moverá con más inseguridad.
La persona refugiada en su soledad experimenta un alivio, y aunque la soledad le genere tristeza o melancolía, el confort que supone el que “nadie me dañará”, o incluso la auto percepción de «así no dañaré a nadie», le hace sentir que compensa. Pero cuanto más aislado más atado se va quedando la persona en el aislamiento. Es un poco como la tolerancia a la droga o la adaptación hedónica a las emociones.
Cuanto más uno se adapta a la soledad, más difícil resulta salir de ella y a la vez, más dañina se hace.
Existe una sana soledad en las personas con alta sensibilidad; una soledad madura de la persona que sabe encontrar sus espacios para recomponerse y encontrarse con el amor. Pero esta es la paradoja, en esa soledad no se está sólo: se está con amor, se está con el nosotros-original. Se podría decir que es una soledad cuantitativa, pero no cualitativa.
En la soledad inmadura no se está con amor, sino con indiferencia o miedo. Si el amor es agua, el miedo es gas y la indiferencia es hielo.
Las personas no somos seres individuales, necesitamos vincularnos con los demás para desplegar nuestro ser persona. Si el vínculo es la desvinculación, el aislamiento, la persona se hace pesimista, cínico, mentirosa, difamadora, calumniadora y está dispuesta a realizar todo tipo de trampas con tal de salir del paso.
Para estas personas, el mundo digital les deseduca; alimenta estos rasgos por medio de las redes sociales en las que se comportan como troles.
En su amargura, piensan que pueden encontrar consuelo en amargar a otros. La vida le ha maltratado y encuentran en el maltrato gratuito una forma de venganza. No quieren poder sobre los demás, no quiere popularidad, sencillamente quiere dar salida a su rabia.
Piensa que detrás de esos troles que revientan las redes sociales o las reuniones telepresenciales suele haber personas con alta sensibilidad, que la al transformado en alta irritabilidad.
Su gran capacidad para el amor la han convertido en gran capacidad para odiar.
Salir de sí con la creatividad del amor
No todo el que se entrega al aislamiento termina como “odiador profesional”, pero si no lo es con los demás, es posible que lo sea de sí mismo, o se convierta en un “tragador de resentimientos” que incluso se pueden manifestar en forma de enfermedad física o psíquica.
La soledad es incompatible con el amor maduro y el primer paso para salir del aislamiento es aceptar las heridas del corazón. Quien acepta se pone en disposición de dejarse sanar, sacar todo el mal que se ha metido dentro de sus heridas, hacer salir “el pus” de la murmuración, de la trapisonda, del juzgarlo todo, del resentimiento, del rencor, de la envidia o del odio. Una vez limpiada, a veces que cierto dolor, la herida está en disposición de cicatrizar, pero eso requiere de paciencia, y la persona tiene que seguir dejándose ayudar para cambiar su tendencia al aislamiento por tendencias de relación y apertura.
Si la persona abandona la ayuda y se considera ya autónoma en su sociabilidad, es posible que se le vuelva a abrir la herida y recaiga en el aislamiento.
El acompañamiento de un asesor personal en educación sensible permite a la persona a comprender los nuevos impactos, pensarlos de forma científicas, sin dejarse arrastrar por las emociones ni tomar decisiones basadas en pensamientos irracionales. Esta forma de proceder se aprende y uno puede apropiarse de ella, pero para lograrlo, se requiere ayuda.
La ayuda no es alguien que dice lo que hay que hacer, sino que acompaña desde la conversación simbólica de corazón a corazón. La persona que se enfrenta a sus primeras salidas, a los primeros reveses o a las primeras euforias puede encontrar el mensaje que para él le están diciendo y el mejor modo es contar con un traductor del lenguaje del corazón para tratar de aceptar la realidad tal y como es, tal y como se presenta, y de ese modo, conocer no sólo como son los demás, como son las relaciones humanas, sino también como es uno mismo.
Sólo desde la originalidad de uno mismo y la comprensión profunda de los hemos la persona podrá salir de su aislamiento con creatividad y seguridad en sí mismo.