Existen personas con alta sensibilidad que niegan la existencia del mal; como si solo fuera un problema de inconciencia o ignorancia, pero no; el mal está muy presente y aunque se niegue, ahí está dañando a la persona desde su sensibilidad.
El mal no es una cosa; es más bien la ausencia de algo bueno. En otras palabras, el mal no tiene una existencia ontológica, es como una sombra. El mal es como la oscuridad; la ausencia de luz, pero eso no quita que la oscuridad no exista; existe como ausencia de luz.
En este sentido, ontológicamente, la persona es y en cuanto al ser puede hablarse de que toda persona es buena en sí, pero en tu tener y en su hacer con lo que tiene, puede negar y ocultar o afirmar y mostrar su ser buena, bella y auténtica.
Así, una persona puede llegar a tener mucho mal que manifiesta en sus sentimientos, pensamientos y obras. Esta es la diferencia entre el ser ontológico y el ser moral. Ontológicamente, todas las personas gozamos de la misma dignidad que debe ser protegida, pero moralmente, según sea lo que hagamos, eso que hacemos tendrá una dignidad mayor o menor. La persona que daña a otro a sabiendas para alcanzar un interés egocéntrico, se está mostrando con menor dignidad moral que la persona que ayuda a sabiendas, es decir, por amor y no por miedos (necesidad de aprobación, evitar represalias, etc.). Y en este sentido se puede hablar de que alguien es malo porque daña a sabiendas y es buena cuando ayuda por amor maduro.
Al ser originado, la originalidad de la persona es luz, libertad nativa, sabiduría y amor, pero ya desde el primer instante que habita en la naturaleza humana; que es un «yo» y un «nosotros», esa originalidad recibe daños, se va hiriendo en la medida que su luz capta oscuridad en las personas que le quieren o le deberían querer.
Cuando nace una persona se dice: «dar a luz». Y se puede entender que el bebe por fin ve la luz del mundo, pero a mi también me gusta entenderlo como que la mamá con su bebé está «dando a luz» al mundo para que lo ilumine con su originalidad creadora.
Todo niño viene a mejorar el mundo y un niño que simplemente se adapta a lo que hay, o incluso, en su defensa egocéntrica, empeora el mundo, se daña y daña.
La educación sensible es la manera de ayudar a los niños a que no renuncien a su luz original y es un modo de acompañarles para que la hagan fuerte en su intimidad y sepan interpretarla, en los dos sentidos; que aprendan a leerla y aprendan a escribirla en el mundo. Al interpretar su luz como el papelón de su vida, el mundo ve a través su interpretación la marca personal que impacta en el mundo. Las personas en su paso por el cosmos dejan una huella y una marca en el «nosotros», en la sociedad y en al naturaleza.
Cuando una persona no sabe leer su corazón ni escribirlo al mundo, a eso le llamo analfabetismo apertual (espiritual)
Así, las personas estamos marcados por el bien y/o por el mal. Y la educación sensible ayuda a que las personas desplieguen su marca original en estado de bien y se liberen de todas las manifestaciones de mal que presenten.
Es decir, todos somos originales, pero nuestra originalidad se puede manifestar bien o mal y eso dependerá de la propia libertad, el «tercer factor» condicionado por el ambiente «el segundo factor» y en la medida que la persona se va apropiando de determinados hábitos, también condicionado por el «primer factor» que son los hábitos que ha cultivado el «yo».
Para que la originalidad sea buena, bella y auténtica, deberá mantenerse conectada al origen y así es como se mantiene luminosa. Cuando la originalidad se separa del origen, entonces se va oscureciendo, aunque el origen es omnipresente a su originación y la persona siempre puede dejarse regenerar (generar y originar son sinónimos); como la fuente permanece en el río aunque este se vaya contaminando.
La fuente siempre emana agua purísima, pero llegado un punto, el río puede dejar de ser potable. El agua necesitará ser sanada, pero a su vez, hay que desatar al río de todo lo que lo contamina, y a su vez, hay que liberarlo de todos aquellos que se lucran de la contaminación del río; porque volverán si no, a crearse en su entorno factores contaminantes.
Toda persona, y más si tienen alta sensibilidad, necesita sanar, desatar y liberar la originalidad a consecuencia de sus heridas aperturales (espirituales; heridas del «nosotros»)
Esas heridas íntimas son un daño. En el daño no hay bien y mientras están abiertas se van llenando de mal, y desarrollado el niño, tal vez logre cerrarlas, pero es posible que dentro haya quedado mal, así como queda infección en las heridas del cuerpo. Eso produce dolor y requiere sanación.
Pero todas las heridas requieren sanación como hace el cuerpo; cuando se hiere se regenera y sigue con su cicatriz, mostrando el triunfo de su auto-regeneración. Pero si esa herida permanece abierta mucho tiempo todo se complica.
En las heridas de la originalidad de la persona sucede lo mismo, es común que permanezcan abiertas sin que nos demos cuenta. Ocurre con hemorragias internas del cuerpo, ¿no iba a ocurrir con heridas de la dimensión apertural (espiritual) del ser humano?
Las heridas de la interioridad se manifiestan en forma de apego inseguro con las personas intimas, pero es posible que las personas con alta sensibilidad sin darse cuenta tapen la herida, porque la herida es un reproche a quien le ha herido: su madre, su padre, sus hermanos, su abuelo…, y no quiere echarle nada en cara, solo quiere quererles y que le quieran. Pero las heridas están ahí y se necesita de la educación sensible para afrontarlas con sabiduría.
El caso es que la herida está ahí, y abierta, lleva a que la persona para prosperar desarrolle hábitos encubridores. En el cerebro se generan redes neuronales que se manifiestan en forma de costumbres (acciones y pensamientos que producen emociones), y esas costumbres pueden ser un daño para sí mismo o para los demás, ya sea a corto, medio o largo plazo.
Por tanto, ya no solo basta con sanar las heridas sino que se requiere que la persona se desate de sus costumbres dañinas.
Pero además, mientras las heridas han estado ocultas, han estado abiertas y esos daños se han ido llenando de mal, cada vez más mal. Esto es una generalización, puede ocurrir que al taparlas se proteja de la infección o que alguien haya cuidado la herida para que no se infecte.
Pero poniéndonos en el caso de que haya entrado el mal, que ocurre quizás no en la tierna infancia, sino en la medida que el niño crece, se hace adolescente y luego en la vida adulta, cuando situaciones de presión en esas zonas delicadas ocasionan un impacto doloroso. Es cuando la persona empieza a notar que le «duele en el alma». Sin casi pretenderlo uno se llena de resentimiento, rencor, odio, deseos de venganza, rabia, culpabilización, angustia, soledad, frustración, vacío, tristeza supina… Todo eso va mellando la propia originalidad como la carcoma la madera, y las heridas se hacen más grandes, más profundas, con más hábitos dañinos y con más maldad en su interior.
Así, las personas necesitan sanar sus heridas, desatarse de sus malas costumbres y liberarse del mal que habita en sus heridas y se manifiesta de muchas formas en la vida de la persona.
Esto lleva a que personas que en su originalidad eran luminosas se conviertan en personas muy oscuras y malas. Y en particular, cuando una persona tiene alta sensibilidad es posible que sufra más heridas y mal gestionadas se convierta en alguien muy maléfico como modo de defenderse del dolor.
Considero muy importante que se sepa que las personas con alta sensibilidad pueden llegar a tener mucho mal y manifestarlo, tanto o más que las personas con baja sensibilidad. La ideas que a veces se oyen sobre las personas con alta sensibilidad parecen como si fueran todo bondad y ciertamente, la alta sensibilidad invita a ser bueno, pero si esa persona está muy herida en su originalidad, puede llegar a tener mucho mal en su obrar hacia fuera y hacia dentro de sí.