Miro, pienso, siento, pienso, vuelvo a pensar. Sobrepienso.
La señora de en frente, alta, hermosa, con un lindo traje de ejecutiva, denotaba mucho interés en su lectura. Ojos ámbar que se perdían entre líneas de algún párrafo del libro “Gritando en silencio”, piel canela y cabello castaño lleno de rizos. ¡Que hermosa mujer¡
Sus ojos ámbar, cual ventanas de cristal, permitían ver un poco de su historia, la misma que detrás de rímel corrido y un poco de dilatación en sus fosas nasales, gritaban al mundo ¡Alguien abráceme!
El chico de alado, blanco, de cabello negó, ojos cafés y una gran sonrisa, mostraba al mundo lo bello de ser un joven sin preocupaciones. Sonriente ante la lectura de una carta, carta escrita por su ser amado o quizá contenedora de alguna buena noticia para el adolescente.
Ojeras enmarcando sus grandes ojos cafés, pequeñas marcas rojas cerca de las venas de su brazo derecho, un joven como muchos otros, necesitado de afecto y abandonado en una vía sin retorno.
Parado junto a la puerta, hay un señor entrado en años, vestido de traje y secando su sudor con un pañuelo de tela. Se ve que la vida lo ha tratado bien, gordo, bien vestido, con un aparato tecnológico de última generación en la mano y una cara rechoncha ruborizada.
En su mano se observa un papel o un certificado médico, en el mismo se lee algo de instituto cardiovascular, ¿hola, corazón?
Un niño pequeño juega y tropieza con cada uno de los viajeros en esa tarde fría, al llegar a la mujer, ésta hace un esbozo de sonrisa, ve al pequeño y vuelve a perder su mirada en el libro, no sin antes dejar caer una lágrima por su hermoso rostro, como si aquel niño le recordara a alguien o algo en especial.
Cuando topa con el adolescente, éste lo aparta y genera una represaría por parte de su madre. Quien con un grito de ira lo regresa a su sitio. El chico ve fijamente a la mujer responsable del niño y en su cara se dibuja un gesto de tristeza y soledad.
El hombre gordo está muy ocupado tratando de respirar como para prestar atención a los eventos que ocurren a su alrededor, sus ojos se entrecierran y se puede apreciar cómo está luchando para mantenerse despierto.
-Estación el “Florón”, estación el “Florón”- grita el joven cobrador; alertando a los usuarios del bus para que se preparen en caso de querer bajarse del vehículo.
«Me levanto, miro por última vez a mis cuatro acompañantes de la tarde y bajo para retomar el camino a casa».
«Siempre me pregunto, ¿Cuál será la historia de esas personas?, ¿Qué está detrás de cada una de esas máscaras?»
Andres