Nace en Oviedo y actualmente vive en Madrid. Comenzó en 2000 su carrera universitaria, Ingeniería química y entre 2006 y 2008 se fue a Alemania para terminar allí sus estudios, es ahí donde se da su conversión.
Entre 2009-2016 tengo sus años de vida monástica en un convento contemplativo y es ahí donde entiende de verdad quién es y lo que implica la sanación interior. De ahí brota su experiencia fundante por la que trata de acompañar, a las personas que lo deseen, a hacer un recorrido serio de sanación interior.
Tanto personal como laboralmente, se ha movido en campos muy diversos, desde laboratorio y control de estado de las aguas, hasta ejerciendo de madre de día. También tiene un breve recorrido en diversas ONG a nivel de fundraising y gestión y formación de equipos.
Su vida laboral transcurre desde que termina la etapa monástica hasta que, en 2022, que estaba trabajando como informática en una fundación de la Iglesia, pudo ver con claridad que su llamada a los procesos vitales. Le reclamaba con tanta fuerza, que lo coherente era dejar atrás los procesos informáticos y dedicarse al acompañamiento. Suponía abandonar las seguridades, y lanzarse a esta aventura con radicalidad, pero lo veía lo más coherente.
Junto a este paso, se ha ido preparando y formando adecuadamente, pues, “seguir estudiando a los 40 si es para hacer bien lo que quiero hacer: Hacer el bien”.
- ¿Cómo conociste el término PAS?
Fue todo a raíz de mi propio proceso vital. De mi búsqueda. Hacía bastantes años que había una inquietud en mí muy potente y alguien me habló de la sensibilidad. Me recomendaron leer el libro de “El don de la sensibilidad” y esto le dio un giro a mi proceso personal y mi concepción de mí misma. También, de la concepción de personas que tenía cerca, incluso aquellas a las que acompañaba informalmente (aunque ahora más formalmente).
Esto me sacó a flote. El hecho de entenderme un poquito mejor a la luz de la Alta Sensibilidad.
- ¿Qué notabas que fuera diferente o te llevó a buscar sobre la Alta Sensibilidad?
Al final lo que tenía era una sensación de desazón recurrente. No era una angustia existencial, pero lo he llamado siempre “sed”. Tenía sed de algo y siempre, desde muy niña.
Para ser honestos, todo comenzó con una conversión de fe. Vivía en un mundo muy científico y no creía nada espiritual ni nada que se saliera de ahí. Esa conversión espiritual radical, de aceptar la parte espiritual necesaria para encontrar la plenitud, fue el paso previo para todo aquello que vino con el concepto de Alta Sensibilidad. Vino muy unido. Es como darle la vuelta a la tortilla. Pasar de algo desadaptativo totalmente. Eres una persona, como quien dice, problemática. Yo en el colegio era una persona problemática, inquieta, conflictiva. Pero no era una inquietud que pasara con otro tipo de problemas que pudieran tratarse desde la psicología, sino que era algo más profundo, más interior. Estaba sedienta y no sabía de dónde beber.
Ahí tuve una conversión muy fuerte. Una apertura a la trascendencia muy fuerte y esto fue el cauce para entender que la sensibilidad es un bien. Fue todo a raíz de una conversación con un sacerdote que me recomendó el libro de “El don de la sensibilidad”. Pero hasta entonces era toda una búsqueda muy angustiosa y que vivía con cierto tormento. Al final era como una condena. Yo miraba a mi alrededor y veía que la gente, más o menos, con sus sufrimientos, vivía bien. Pero a mí me decían: “Es que siempre quieres más”, “siempre estás sedienta de más” … y claro, era una desazón que vivía y que transmitía también.
De pronto me di cuenta de que no estaba mal hecha, es que todavía no entendía muy bien cómo estaba hecha y mi entorno tampoco. De pronto pensé: igual soy una pieza de puzle y estoy intentando encajar donde no toca y no conozco mis límites y mis aristas. Y esto vino muy unido a la espiritualidad. Empecé a comprender toda mi historia, donde estaba buscando ciegamente.
- En base a esto, tienes una conversión y te recomiendan leer el libro de la “alta sensibilidad”. ¿Al leer este libro, ahora que te has convertido, no te llama la atención el fondo que tiene de New Age?
El libro simplemente me dio un apunte. Fue una pincelada más humana que me transmitió que eso tenía una explicación y es verdad que el fondo, el enfoque, es muy New Age. Esto me ha hecho comprender muchas cosas de mi propia fe y del proceso de fe de otras personas, pues mucha gente por Alta Sensibilidad, por no tener una espiritualidad adecuada, incluso dentro de la iglesia, se acaba centrando en la New Age. No es necesario. Grandes místicos y maestros espirituales de la Iglesia, no sólo de la católica, también de la tradición ortodoxa, tienen unos rasgos de sensibilidad muy fuertes y muy profundos. Esto me ha ayudado, pero para verlo de una forma completamente distinta.
El libro simplemente me presentó el término y algunas características. En este sentido fue liberador, pero es verdad que, gracias a Dios, tanto mi proceso interior personal, como encajarlo con la sensibilidad, ha sido muy inspirador. A mí Dios no podía hablarme a través de otras personas porque soy muy cabezona y me tenía que hablar directamente al corazón. El saber que esto existía, quizás, le quitó mucha culpabilidad.
- Cuando la gente habla de Alta Sensibilidad, muchas veces, se recomiendan prácticas como el yoda, mindfulness… Pero pienso que, en vez de ayudar a estar personas, las estás perjudicando en otro nivel que ellas no entienden. Bajo tu punto de vista, ¿Qué se puede recomendar que no sean estas prácticas para las personas Altamente Sensibles?
Curiosamente es un poco el mundo en el que me he encajado yo. He sido contemplativa seis años. Tuve una conversión muy fuerte y me fui a un convento de clausura y ahí hice el máster del corazón y de la vida. De descender a la propia herida y de tener ese encuentro profundo y mi camino de sanación. El recorrido fue largo, pues esto fue en 2009.
Ahora mismo trabajo mucho la sanación interior de las personas con la oración inspirada en el Espíritu Santo a través de la contemplación y la oración carismática. Yo recomiendo muchísimo el proceso de sanación desde la antropología cristiana, donde no caben ni el mindfulness ni el yoga, pues la antropología cristiana es unitiva y el yoga y el mindfulness son gnosticismo. Es un trabajo muy mental, pero en cierta manera, la antropología cristiana habla de una encarnación muy radical. Yo siempre pongo el mismo ejemplo, necesitas glucosa en el cuerpo. ¿Qué prefieres? ¿Comerte una tarta riquísima o cinco cucharadas de azúcar? Ambas tienen la misma cantidad de glucosa, pero yo, sinceramente, prefiero tomarme la tarta. Esto no lo digo despectivamente, pero es verdad que mi experiencia es que la plenificación espiritual está en el camino de la vida en el espíritu, desde una antropología cristiana. Yo recomiendo la alabanza, la oración en el Espíritu Santo y los procesos de sanación fundamentados en la antropología cristiana.
Por ejemplo, yo trabajo la identidad de hijo de Dios. Tú eres hijo de Dios y como hijo de Dios tienes derecho a vivir la vida como hijo y no como esclavo. Esto repercute en todas las dimensiones de la persona porque Dios ha creado todo el ser humano. No solamente tu mente, sino tu cuerpo, tu afectividad… todo. En tu identidad de hijo de Dios tiene que caber todo eso y también una vida espiritual muy honda que trascienda lo mental e, incluso, lo no tangible del ser humano. La dimensión espiritual concebida desde la antropología cristiana tiene que tocar la carne, la corporeidad.
Siento que estoy hablando en un plano abstracto y que es difícil de explicar, pero yo lo que hago con la gente es pedir a Dios que descienda el Espíritu Santo sobre la propia vida en todas sus dimensiones.
Tocar la espiritualidad sólo desde el mindfulness, el yoga, la meditación… es como reducir la presencia del Espíritu Santo en la propia vida. El Espíritu Santo quiere tocar a la persona y traspasar todas sus dimensiones: la corporeidad, la afectividad, la sexualidad, la piscología, las emociones, tu trabajo, tu vida personal… ¡todo! Al final, hay una unidad muy grande. Yo esto no lo he encontrado en otras espiritualidades, que, a lo mejor, sí trabajan la sensibilidad, ayudan, pero no plenifican de la misma manera.
Siempre pongo el mismo ejemplo: Si tú estás mal, estás sufriendo, ¿a ti qué te consuela más: un abrazo con cuerpo o una energía que te mandan? Un abrazo de carne con cuerpo, Jesucristo encarnado, también lleva asociada una energía, pero es mucho más. Ese anhelo del corazón no lo podemos negar. Desde aquí, prefiero enfocar la espiritualidad y la sensibilidad, desde un planteamiento que sea respetuoso con ese anhelo tan propio del ser humano que es la necesidad del abrazo.
- El mindfulness, el yoga… también tienen una dimensión espiritual, pero ¿dónde está la diferencia?
Es un tema fascinante. A mí me ha cogido la vida entera. Yo soy ingeniera química y me dedico, más que a los procesos informáticos, a los que me dediqué también un tiempo, a los procesos humanos.
Al final, todo brota de un encuentro con el Señor, con Jesús y esto hace que sea radicalmente diferente, aunque haya frutos parecidos.
En mi caso, muchas veces me han animado a encaminar toda la inquietud espiritual por la meditación, el yoga y, de hecho, tengo una persona muy allegada, a la que quiero muchísimo, que es monitora de yoga y que está muy implicada, pero yo no puedo negar que hay una persona de por medio. A mí no me da igual decir: “Jesús, Hijo de Dios, ten piedad de mí” que el mantra “x” (que no los conozco).
Quizás me voy un poco, pero os voy a contar algo que me pasó en mi conversión, pues no se me ocurre otra manera de explicarlo. Yo que no creía en nada que no pudiera ver, ingeniera, en Alemania, trabajando en un centro de investigación, terminando el proyecto, a punto de empezar el doctorado en biotecnología y muy movida por esa inquietud que tenía donde iba probando cosas, todo el rato era: esto no es, esto no es, esto no es… Lo que me pasó en ese momento no es que tuviera una apertura a la espiritualidad y a la trascendencia, sino un encuentro con alguien. Empecé a salir con un chico muy majo, cristiano, muy bueno… y en esa conversión, me iba con él a una adoración eucarística y yo sentía que le estaba siendo infiel a alguien. Lo que yo sentía cuando iba a rezar era: “no quiero que venga este chico” y cuando yo estaba con él, interiormente era como que yo le decía a Dios: “quédate aquí, que tú no estás invitado a esta fiesta”. Y fijaos, no había nada de materia pecaminosa, los dos éramos muy piadosos, muy inocentes… Realmente, el encuentro con Jesús era un abrazo de carne por dentro. Y yo no podía negarlo. Hasta tal punto que supuso mi vocación. De hecho, me fui a un monasterio.
- Entonces, entiendo que toda la desazón, esa sed, desaparece en ese momento, está colmada.
Pero crece. Es un jaleo porque es una sed que tu te encuentras como encajado y colmado pero que te hiere más. Es un amor. Una relación de amor que te lleva a un dinamismo de mayor entrega, de mayor sed, de mayor necesidad, pero no tormentosa y esto lo cambió todo.
La alta sensibilidad me ha servido para entender el proceso anterior y para entender cómo funciona el cerebro. Se sabe cómo científicamente hay un porcentaje de la población que tiene el rasgo, pero no me sirvió para más. Es como si decimos: desmontamos el reloj y ya. O soy experta en relojes, pero no me funcionan.
Entonces, se convirtió en un elemento de mayor disfrute, que es lo que es la oración, es un encuentro con el Otro. Al final, yo puedo meditar, relajarme, controlar la respiración, hacer muchos ejercicios encaminados a crecer en paz o bienestar emocional, espiritual, mental, psicológico… pero un abrazo de una persona, un encuentro con alguien a quien amas, da paz. Y además tiene un plus, un encuentro con Otro. Un dinamismo de salir de uno mismo. Y, en mi caso, fue tan gráfico y descarado, ¡que me sobraba el novio!
Yo iba a misa cuando levantaban el pan, donde los cristianos creemos que ahí esta Dios mismo que se nos entrega y yo decía: Pero ¿dónde voy a encontrar uno más bello que tú? Tú eres el más bello, el más bueno, el que siempre ha estado, el que siempre me abraza… De hecho, cuando lo pensé fue: “Se me ha ido de las manos, me he vuelto loca”. Pero me explicaron que no, que Jesucristo es Dios hecho hombre, tiene corazón y quiere ser amado también. Como tú quieres ser querida y preferida como mujer, tu corazón humano quiere ser preferido. Jesús quiere ser preferido de la misma manera. Obviamente la forma es diferente, pero el dinamismo del corazón y la preferencia es muy similar.
Yo cuando aquí me dicen: haz yoga, meditación… yo pensaba: bueno, puedo comer sobres de azúcar o el pastel.
Todas estas disciplinas se quedan finalmente en lo emocional y mental y la espiritualidad no es una dimensión más. El hombre es un ser espiritual por definición. Esa sed y esa necesidad que tenemos de trascender no es solamente para ir al plus de la trascendencia y tener y construir el mapa vital de “estar bien o lleno”. La espiritualidad traspasa todo el mapa de la persona humana porque es la comunión con Dios y con los hombres. Es difícil de explicar, pero si te pones a estudiar, te das cuenta de que hay una teosofía detrás, una antropología cristiana de fondo. Una concepción del hombre que otras espiritualidades, que van un poco a rellenar ese hueco de la transcendencia, encajan, más o menos llenan, pero no revientan todos los esquemas de todas las dimensiones del ser humano. Me parece que es difícil de explicarlo por el plano de abstracción que no es el justo, pues precisamente Dios se hizo al hombre.
- Nos ha quedado claro, mil gracias.
El objetivo de la oración ni siquiera es liberar el sufrimiento. El sufrimiento es parte de la vida. ¿Esto significa que entremos en una teología súper oscura en la que el hombre esté llamado a sufrir? No. Dios no nos ha creado para eso. Pero tampoco es necesario huir del sufrimiento ni abstraerse de él. El cristiano no busca no sufrir, sino que busca entrar en comunión plena con Dios hasta tal punto que el sufrimiento no te provoque una huida o evasión. El amor lo engloba todo.
Mi experiencia fundamental fue que me di cuenta de que había otro. A mí me llevaron a una iglesia delante de Dios eucaristía y por primera vez dije: “Yo sé que tú no existes (yo no creía en nada que no pudiera ver y, de hecho, les decía a todos los cristianos que no me hablaran de Dios, que lo único que hacían era lavar el cerebro a la gente en los momentos duros de la vida y que no me lavaran el cerebro), pero si existes ayúdame”. El click no hizo que desapareciera el sufrimiento, sino que yo empecé a llorar (y os prometo que no lo sentí sensiblemente, pero yo notaba, con absoluta certeza, que alguien recogía las lágrimas y no estaban cayendo al suelo, porque alguien ponía la mano debajo).
- Al final, te abriste…
Yo en ese punto no podía más. Estaba tan machacada de mi propio tormento de búsqueda que mi conclusión era: “No se puede ser feliz”. Tenía 25 años y tenía mil sitios donde buscar, pero tenía la sensación de: “Mismo perro, pero distinto collar”. Era repetir lo mismo todo el rato. Tener la sensación de vivir siempre lo mismo en distintas etapas de la vida: esto me ha pasado con 13 años, con 16 años, con 18 años, con 23 años, con 25 años…. Hasta que llegué hasta este punto y dije: “Me rindo. No puedo ser feliz, aunque acumule 15 carreras universitarias, aunque tenga un noviazgo perfecto, aunque hable cinco idiomas, de tres vueltas al mundo o me vaya a la China a buscar yo qué sé qué”. Me invadió la certeza de que era imposible. Pensé: “Tengo 24 años, me voy a morir con 80. ¡Qué aburrimiento con lo que me queda de vida! ¿Qué voy a hacer, repetir experiencias?” ¡El rescate fue monumental! Yo hubo un punto que no es que no deseara no existir más, de hecho, estaba sentada en un embarcadero al borde de un río en Alemania y se me pasaba por la cabeza tirarme. Y en ese momento me invadió una luz, pero no fue algo sensible. Pero algo gritó y dijo: “Existe una cosa por la que merece la pena vivir, pero sólo una”. Yo no sabía que era Dios, pero fue una luz. Lo siguiente fue el encuentro con Dios, que recogió mis lágrimas y pensé: “Esto está sirviendo para algo”. De estar sola buscando por la vida a que haya alguien más que ya ha visto y ha vivido todo esto conmigo y está poniendo la mano y recogiendo todas las lágrimas diciéndome: “Puedes llorar todo lo que quieras que esto no es inútil”.
Mi sentimiento ya no era de no querer existir, sino tener el deseo de no haber vivido nunca. Esto yo no lo podía cambiar, no lo podía elegir. Era un tormento muy grande. Era el colmo del existencialismo (no sé mucho de filosofía. No he estudiado nada de esto salvo lo del colegio hace muchos años). Para mí el suicidio no era una solución. Mi deseo era no haber existido nunca porque me sentía engañada. Nadie había contado conmigo para existir. Era una cosa muy compleja y un planteamiento interior muy oscuro. Si existes y nadie te ha preguntado por ello, de pronto te encuentras en una reunión en la que nadie te ha preguntado si querías venir o no. De repente, aparece otro. Pero no era otro que te va a acompañar a partir de ahora, con 25 años, sino alguien que está radicalmente arraigado aquí dentro. Arraigado en tu memoria, en tu entendimiento, en tus sentimientos, en todos tus recuerdos, en tu concepción, en tu creación, ¡antes de ser creada! Es algo que supuso pasar de la noche al día. ¡Fue una cosa fulminante! Pero no es un pasar de una noche al día abstracta, es alguien, que tiene carne, que tiene huesos y que ha derramado su sangre por mí.
Es como si yo te digo: Define a tu marido y dices: pues es un hombre, tiene barba, es moreno… puedes estar cinco años definiéndole, pero nunca vas a conseguir decir quién es. Esto fue lo que a mí me traspasó.
Es verdad que hay espiritualidades que puedes describir mejor, pero yo sólo sé que irrumpió alguien. Se reveló (que aún es más fuerte). Yo de hecho pensaba: Ahora aparece alguien y te dice: “Soy el hombre de tu vida” y yo pensaba: “¿Y dónde has estado todo este tiempo? ¿Cómo te cuento yo desde mi nacimiento mis heridas, mis historias…?” Mi anhelo de comunión profundo está mucho más allá de poder encajar con una persona, estar con un compañero de vida, formar una familia, tener un buen trabajo o cualquier cosa.
En mi caso no se ha completado con personas ajenas a mí ni con mi relación conmigo misma. Yo tengo eso como referencia.
- Cierto, aquí queda más claro. Al final, en la New Age, es todo más contigo, contigo, contigo: Te llevas bien contigo, te cuidas a ti, te quieres a ti y claro, aquí no estás tú sola. Ésta es la diferencia principal. Estás conectada con algo más grande, es el amor.
- Por otro lado, descubres la sensibilidad, todo viene de tu conversión, pero todo te lleva a una vocación. Y ¿Qué misión tienes ahora? ¿A qué te dedicas ahora?
Acompaño a personas en todos los sentidos. Es verdad que el porcentaje de personas con anhelo profundo de espiritualidad, de vida en Cristo fuerte, muy a menudo son personas con Alta Sensibilidad. En general me dedico, a la luz de esta vivencia, a caminar al lado de personas que también tienen inquietud y deseo de sanar.
Esta mirada de Otro, no sólo me ha regalado un cambio de mirada sobre la realidad o la relación con los demás, sino también, en cómo me miro yo. Recibes un valor muy grande. Recibes a Alguien. Y no te lleva a la egolatría, pues a la vez tienes una pequeñez que no es de este mundo, pero una pequeñez que dices, madre mía, ¡Qué pequeñez!
Mi trabajo y mi experiencia es que, simplemente, ayudando a las personas a entender que son hijos de Dios y qué implica eso, hay un montón de cosas de la persona, de su historia, de su realidad actual, de sus proyectos… que se sanan, se encajan, se liberan… Hay unos beneficios terapéuticos brutales (que se pueden obtener por otras técnicas y para eso está que Dios ha creado al hombre y éste la psicología), pero que es un camino de mucha hondura y que obtienes los mismos beneficios terapéuticos que otros caminos más largos y complejos. No desprecio esos caminos, pero a un cristiano le digo: “Vamos a hablar de lo que implica en tu vida ser hijo de Dios”. Porque, a lo mejor, si tienes tu vida espiritual totalmente constreñida, es normal que busques la plenitud en la meditación, fuera de la oración cristiana. Pero todo gira en torno a la identidad de ser hijo de Dios.
- ¿Podrías contarnos algún caso de cosas que se hayan sanado a raíz de este proceso?
El milagro del perdón es de los milagros más grandes. Hay gente que ha tenido historias de abusos, de estar muy mal, de venir de una infancia muy traumática, gente que tiene la figura paterna o materna totalmente destrozada… y, simplemente, anunciándoles lo que implica ser hijo de Dios, las abre a un mundo tremendo.
Recuerdo el año pasado acompañar a una chica que rozaba casi el trastorno bipolar, su madre tenía una bipolaridad muy fuerte y, que, dentro de sus posibilidades, había hecho muchas cosas para lo mal que estaba a nivel de heridas interiores. Era una chica muy inteligente y muy sensible y bastaron dos conversaciones para que, de pronto ella dijera: “Me ha cambiado la mirada”. De pronto ella dijo: “Yo hasta entonces estaba haciendo este camino con el: yo me hago a mí misma, yo he conseguido con mis fuerzas salir de este infierno…”. Era una chica que había estudiado psicología y se había formado muchísimo y había trabajado su camino. Podía haber estado mucho peor en cuanto a su sufrimiento vital. Con dos conversaciones se tocó el aspecto fundamental de que uno no se hace a sí mismo, de que hay otro a quien tú le importas, de que hay un camino de plenitud que no se hace sólo y que por eso necesitas a los demás, de perdón. De pronto, lo que suele llevar mucho tiempo de terapia, en dos conversaciones, se cambió. Se convirtió en una chica con las mismas capacidades, aptitudes… pero descubriendo verdaderamente quién era ella.
- Es muy potente, porque el perdón es una de las cosas más complicadas. Sobre todo, cuando está encallado y hay rencor, resentimiento…
A veces es una conversación o una oración con esa persona. A lo mejor no te ha contado mucho.
El otro día con un chico me pasó parecido. Fue con dos oraciones. Un chico queridísimo. Un chico con abusos de la infancia, abusos sexuales, abusos de poder en una realidad de la Iglesia… Estaba hecho polvo a muchísimos niveles y yo le veía y decía: “Señor, ¿Por dónde vamos a entrar con este chico?” Lo que no entiendo es cómo sigue dentro de la iglesia con todo lo que ha recibido. Nos pusimos a hablar 15 minutos y nos pusimos a rezar y le pedía a Dios por él; que le liberara y se llevara todo el sufrimiento. Que recibiera bendiciones a pesar de que su realidad en la iglesia fuese tan radicalmente dura. Empezó a llorar a pesar de que me dijo que llevaba muchos años sin llorar. Me dijo: “No sé qué ha pasado, pero algo se ha desatascado”. Normalmente son cosas que llevan años y que de repente se libera, se desatasca… De repente la persona se deja mirar por Dios. Esto es liberador de por sí. Y en el fondo lo pienso y digo: “Es que es lo propio. Estamos hechos para vivir bajo la mirada de un Padre que nos ama”. Lo que pasa es que nos pasa que no nos gusta vivir bajo la mirada de nadie, porque vivir bajo la mirada habla de vivir bajo un tipo de sumisión que no nos encaja con nuestra plenificación, nuestra autonomía, adultez… Y esto ocurre porque uno se esconde o por las heridas uno se protege, de la mirada quien realmente sana y libera solamente por el hecho de mirarte. Al final es una pedagogía muy sencilla.
- ¿De qué cosas crees que deberíamos liberarnos?
Es una cuestión muy ontológica. Dios es infinitamente generoso y yo lo que hago es un acompañamiento. Al final, ese acompañamiento no es sólo para el cristiano, es para todos. Dios ha creado el corazón de cada uno, por lo que Él no excluye a nadie y yo tampoco lo pretendo. Esto no es nada elitista ni pretende etiquetar a nadie. No existen dos tipos de personas donde unas estén por encima de las otras. Es imposible que Dios sea una pieza de tropiezo y separación. Es donde miro a los ojos al Otro y me encuentro con Él y es el lugar donde puedo amar a los demás. Por tanto, nos tenemos que liberar de todo aquello que obstruye esa comunión con Dios.
¿Cómo sabes tú que tienes que liberarte de algo? Es como si yo te pregunto: ¿A qué huele una flor? Yo puedo estar describiéndotelo un buen rato, pero, experiméntalo. Hasta que no lo experimentas no puedes describirlo. Es parecido. Hasta que no lo vives, no sabes de qué tienes que ser liberado. Hay veces que sí porque hay gente que ha trabajado muchísimo, pero esto es otra cosa. Es un paso que no puedes dar tú por ti mismo, porque implica que Otro que te ama mucho más, te mire y de que tú te enteres de que te está mirando y de que te está amando. Esta apertura y esa mirada de Dios Padre, de Dios creador.
Es difícil, pero yo lo veo en gente que está sirviendo muchísimo en la iglesia y ayudando mucho a los demás, pero tiene dentro su drama interior (que muchas veces es lo que les llama a ayudar a los demás) y ahí es donde Dios entra y te dice: Yo te quiero y yo he descendido hasta aquí y aquí estoy contigo y siempre.
- Pensando en esto, veo que además del daño físico, daño psicológico… existe un daño espiritual…
Sí, lo hay.
- ¿Y a qué nos referimos con daño espiritual?
Yo te haría una pregunta: Una persona que tiene rencor en su corazón, ¿En qué plano lo pondrías? Es una pregunta trampa. Esto es un tema que da para hablar mucho. Es una realidad que va a nivel dogmático. La presencia del mal existe.
Yo todo esto lo he vivido a nivel experiencial. En mi caso, he descubierto que mi sensibilidad ha sido un don espiritual también para ayudar a los demás, no solamente un don a nivel psicológico. Tiene también su expresión. Yo llevaba toda la vida pensando que estaba mal hecha y qué bonito, Dios me había pensado con un propósito. Implica la percepción del mal, que nos indica que ya hay algo que no es natural.
Me han tomado por loca mucho tiempo, pero el mal es una realidad que no sólo se explica a nivel afectivo, psicológico, antropológico… Somos cuerpo, alma, espíritu y hay dimensiones/realidades espirituales que a nadie le interesa que eso aflore.
Volviendo al tema, el rencor, afecta a todo tu ser (aunque no tenga esa raíz). Los pensamientos, el bucle de los pensamientos lo puedes desmontar con una técnica, pero ¿Quién le ha dado poder al rencor para entrar ahí si esa no es su dimensión ni su lugar de actuación?
Esto es como lo del abrazo. Te puedo mandar una energía o un abrazo.
La ciencia y otras técnicas describen someramente y ligeramente, otra realidad mucho más profunda que es como que no queremos ver. Es una energía que podemos testimoniar, pero que no se queda sólo en energía.
Una persona no es sólo energía. Es mucho más. Pero tú puedes testimoniar la presencia de una persona a través de técnicas que solamente testimonian en el plano energético. Y esto ocurre con cualquier cosa. La ciencia va un poco detrás, pero lo que no ha conseguido desmontar nunca es el Misterio. Sin embargo, sí que hay cosas que testimonian científicamente un misterio. Por eso pongo el ejemplo del abrazo, no sólo te estoy dando una energía (amorosa) y un abrazo, sino que éste, viene de otra persona. Al final es algo que afecta a lo afectivo, a lo mental y al cuerpo.
Nos estamos dando cuenta de que no podemos decir que somos cuerpo, por un lado, mente, por otro lado… sino que somos una unidad. Y también, que hay cosas que van y vienen de una dimensión del hombre a otra y que se mueven libremente, luego, tenemos que pensar en estas cosas.
¿Qué es lo que dice mi fe en este momento? Que existe el Espíritu Santo y que éste está para cubrir mis necesidades espirituales. Esto es lo que intenta hacer la Nueva Era, compensando espiritualmente lo que lo material desestabiliza. El Espíritu Santo está en lo espiritual, pero está en todo. Porque tú estás hecho para estar pleno y eso es la santidad.
- ¿Y es quien sana en estos procesos?
¿Qué es sanación, liberación o regresar a tu identidad de hijo de Dios o a tu verdadera identidad? ¿No es dejarte alter ego o cosas que te has ido tú construyendo para sobrevivir? ¿Hasta qué punto, toda la propuesta de la New Age, aunque parezca que te lleva a tu ser en esencia, verdaderamente te lleva? Porque para llevarte a tu esencia, tiene que ser unitivo.
Seamos lo que Dios ha pensado para nosotros: hijos de Dios. Seres con una corporeidad, una dimensión afectiva… pero una sola cosa. Juan Pablo II y Benedicto XVI lo decían. Por más que te pelees, aunque sean personas con las que no puedas hablar de Dios, el rencor es algo que tienes que sanar.