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by Raquel Pardo de Santayana Sanz / junio 10, 2021

Educar la capacidad compleja

Abordar y trabajar la Capacidad Compleja desde una Educación Responsable exige un visión global que huya de la tendencia simplista de una humanidad parcelada.

¿Debería empezar primero por explicar a qué llamo Capacidad Compleja o debería decir antes qué entiendo por educación? Ambos extremos de lo que hoy expongo aquí son profundos, diversos y pueden ser entendidos desde muy variadas perspectivas.

Comencemos por explicar qué es la Capacidad Compleja. Como se señala en un artículo de esta misma revista (núm. 1), es el fenómeno al que hasta ahora se ha venido llamando: superdotación, altas capacidades, alta capacidad e incluso (y muy limitadamente) alta capacidad intelectual.

La CC es un fenómeno que, como indica su nombre, se define por tener una manifestación diversa, que puede abarcar varios ámbitos de expresión y provocar un sinfín de desarrollos.

En esa vaga definición se establece ese amplio espectro desde la consciencia de un respeto profundo a lo que es la Capacidad Compleja.

Es la esencia de una persona que, por una combinación de circunstancias, dispone de un potencial de desarrollo fundamentado en unos puntos de anclaje que le permitirán llegar más o menos lejos en ese proceso de crecimiento y por uno u otro camino.

Esos puntos de anclaje serían las llamadas sobreexcitabilidades (SEs) según la teoría de Dabrowski, las cuales vendrán a determinar en gran parte la forma en que el proceso será vivido y la tendencia natural que mostrarán las potencialidades de la persona. Asimismo, determinarán ese camino el propio temperamento de la persona, las circunstancias que la rodeen y una vivencia intrínseca de la necesidad de avanzar, llamada “factor autónomo”.

Partimos pues de reconocer que hay un potencial intelectual que busca respuestas, que tiene intereses propios, que genera cuestionamientos y favorece la visión profunda de la realidad, su análisis y síntesis, sus partes y su esencia (SE intelectual). Pero también partimos de defender que este se combina con una forma distinta de sentir, de procesar los hechos sociales y las circunstancias ajenas, sopesando variables que complejizan la comprensión de los hechos y los cuestionan con hipótesis y sugerencias (SE emocional). A ello, se suma una manera diferente de visualizarlo, con una memoria que trae conexiones holísticas e inesperadas y una imaginación que lleva a creativos planteamientos paralelos (SE imaginativa). Se adereza todo ello con actividad, movimiento, inquietud y ansia (SE psicomotora) y, por supuesto, con sensaciones que tiñen cada pensamiento, cada idea, cada propuesta con colores, olores, roces, gustos y sonidos (SE sensitiva).

Todo eso es la Capacidad Compleja, no es un potencial intelectual que hace ver las cosas de manera distinta o con más facilidad, en absoluto. De hecho, a veces, no permite ver las cosas tan fácilmente, precisamente por esa combinación de otras muchas perspectivas, otras muchas variables, otras muchas opciones.

Seamos, por tanto, fieles a lo que hoy por hoy nos mueve, a esa tendencia humanista que debe predominar, crecer y arraigarse ante los planteamientos de la tecnología de un siglo XXI que nos devora el alma.

La Capacidad Compleja es un hecho porque respeta y abraza la inmensidad de opciones que existen en la llamada Alta Capacidad y, con ello, defiende la necesidad de conocer a quien está detrás de ella siempre, SIEMPRE.

Y entonces, cuando uno asume que esa diversidad está ahí y lo está siempre, no solo en la CC sino en la propia esencia del ser humano, debe secundar una visión de la educación que se adapte a cada persona pero ¿cómo lograr semejante hazaña cuando en nuestras clases se dan 25 vidas distintas?

Solo podemos llegar a través de un concepto de educación que se alimente de la propia peculiaridad de cada uno y, para ello, esa educación debe escuchar, debe ser SENSIBLE a lo que hay alrededor, a cómo se combinan las distintas esencias en el aula y cómo su interacción provoca nuevas posibilidades.

Una educación que recuerde que el trabajo que perdura es el que lo hace desde la propia vinculación de la persona con el proceso, haciéndolo suyo, dándole la parte de responsabilidad que le toca y promoviendo así que lo adapte, convirtiéndolo en su versión peculiar y única, compartida con otros pero no transferible.

Y en ese concepto de educación, la de la Capacidad Compleja, evidentemente, no puede darse en paralelo porque defender algo así sería partir de una falacia que ni es factible ni sería oportuna para crecer en una sociedad diversa y múltiple. Debe darse, por tanto, respuesta a la Capacidad Compleja desde la propia aula, a través de metodologías que permitan a cada uno encontrar su lugar y llevar a cabo su aprendizaje. Escribiendo la diversidad con mayúsculas y provocándola.

Este tipo de dinámicas deben estar basadas en una estructura de trabajo abierta que ofrezca a los estudiantes la opción de posicionarse en donde sus conocimientos y estrategias previas van a sacar un mayor partido al trabajo.

Se comienza desde un contenido común pero se plantean sobre el mismo formas de hacer diferentes, que van desde la comprensión hasta la aplicación, pasando por el análisis y la evaluación. De este modo, se ofrece en el aula un continuo en el abordaje de los aprendizajes que es respetuoso con los momentos en que cada uno se encuentra respecto al proceso en marcha.

Por otro lado, es inevitable cuando hablamos de Capacidad Compleja y, por supuesto, de educación en general, la necesidad de sumergir el proceso en una constante búsqueda del crecimiento humano, una forma de avanzar que va más allá de planteamientos academicistas y combina la educación con la sensibilidad, como ya decíamos líneas más arriba, aplicando la Educación Sensible como pedagogía promovedora y respetuosa del crecimiento integral, desde el “yo” y en el “nosotros”, pero siempre conservando esa individualidad en la pertenencia al grupo que nos define y lo enriquece.

Cuando en un aula llevamos a cabo procesos de aprendizaje de gran calado que vinculan con la propia esencia de nuestros estudiantes y son, además, motivo de interacciones positivas, entonces estamos llegando, verdaderamente, a promover que ese factor autónomo se remueva y produzca en ellos ese cosquilleo de querer crecer.

Es buscar el desarrollo de la sensibilidad, aprender a conocer la forma en que uno mismo y los demás procesan y sienten la realidad que los rodea. Abrir el aprendizaje a la consciencia de la individualidad de los otros y entender, que ese margen entre mi propia esencia y la suya es lo que hace más rico el proceso, lo que me ayuda a ver más allá y a avanzar más rápido, porque los otros me aportan más visión, más ideas, más intensidad.

Y en ese recorrido es vital que el propio docente haya trabajado y estudiado en la línea de la gestión emocional y la Educación Sensible, que se conozca a sí mismo para poder hacer aportaciones responsables y controladas y que, en la interacción con sus estudiantes, sea consciente y cuidadoso con cómo dice las cosas y a quién, de cuándo lo hace y cuánto puede influir.

La educación es, por excelencia, un hecho diverso y, como tal, debemos promover que se lleve a cabo en consonancia con la propia diversidad de quien lo inicia.

REFERENCIAS:

  • Dabrowski, K. (1964). Positive Disintegration. London: Little Brown.
  • Dabrowski, K. (1967). Personality-shaping through positive disintegration. Boston: Little, Brown.
  • Domínguez Martínez. L. M. (2021). Educar la Inteligencia Sensible. Guía para padres de hijos con alta sensibilidad. Navarra: EUNSA.
  • Montessori, M. (2008). The Montessori Method. USA: BN Publishing.
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