La palabra “crear” viene del griego, poiesis. De allí dimana también la palabra “poesía”. El Verbo es creador, y la palabra genera mundos espirituales, emocionales, e intelectuales.
Una persona con alta sensibilidad necesita expresar el caudal de la intensidad que vive. Sus exacerbados sentidos hallan detalles y matices que a otros les pasan desapercibidos. Su captación de patrones y asociaciones es muy aguzada, pudiendo notarlos antes que otras personas, por su capacidad de pensamiento profundo y atención a los pormenores. Cuando intentan transmitirlo, no siempre son bien recibidos y muchos acaban callando, considerándose ineptos, defectuosos. Es una de las grandes heridas de muchos sensibles. Veamos cómo es en estado puro.
Muchos niños con alta sensibilidad se vuelven de repente muy habladores por la noche, como si quisieran desenvolver la madeja de todo lo vivido a lo largo de la jornada. A medida que crecemos, a los impactos sensoriales se suma nuestra reelaboración racional de los mismos. Si el individuo no va generando o aprendiendo estructuras que dispongan, acojan y categoricen todas las experiencias, sin duda acabará saturado y confundido.
Tengo la convicción de que todos nacemos con mucho potencial creativo, es decir, artístico. El entorno y el trato de la cultura en el hogar son la primera escuela, y quizá la más importante. Por tanto, la sensibilidad se encauza muy adecuadamente a través del arte, en sus variadas formas. Aunque nunca salga a la luz, tiene un papel fundamental para el desarrollo del individuo.
Muchos niños adoran dibujar: es una expresión pura y libre, en sistemas educativos que se empeñan en poner vallas al campo. Bien saben de eso los psicólogos que, a menudo para aprender sobre el mundo interior del niño, le piden que dibuje. Es un código abierto para quien sabe leerlo, y da tanta informacion que resulta sobrecogedor. El niño canaliza así lo que no puede verbalizar, desde abusos hasta sensaciones a las que no consigue dar nombre. Antes de la palabra, nuestro código es la imagen. Y antes de la imagen, el gesto: el abrazo, el movimiento, la caricia. La ternura de una madre es quizá la primera expresión a la que el bebé atiende como receptor de la belleza. Dar amor también es un arte. Cuántas personas se donan con mimo y dedicación a pequeñas tareas en apariencia fútiles, pero que hacen nuestra vida mejor: fotografía, ergonomía, diseño de interiores, luces, temperatura. Muchos factores cuya calidad impacta de manera importante en el resultado. La organización de un armario, la elección de una escultura, el color de una cortina, la elección de un ingrediente y su maridaje con otros elementos del menú, etc.
Nos han hecho creer que solo artistas consolidados por la crítica tienen derecho a ser escuchados, vistos, alabados, erguidos en panteones y palestras, pero la verdad, es que hay mucho, mucho arte fuera de los museos.
Vemos cómo con la adolescencia disminuye ese caudal expresivo innato. A veces, se reconduce hacia nuevos hobbies y pasiones: literatura, música, arte, danza, escultura, cocina, costura, diseño, etc. Considero que una herramienta muy necesaria es aprender a escribir, creativamente, un diario. Es el primer espejo que nos pone en contacto con nuestra identidad más profunda, y en él podemos escribir lo que no nos atrevemos a decir. El ejercicio de buscar los términos adecuados, las metáforas y comparaciones, el esfuerzo de seleccionar lo que queremos registrar y lo que no, todo ello son actividades cognitivas con muchas aplicaciones en otros campos de la vida. Vemos los diarios de grandes artistas como Frida Kahlo, Anais Nin, Paul Klee, Leonardo da Vinci, son buenas muestras de una individualidad pujante, que no se deja domesticar por el miedo al qué dirán, o a la incorrección, sino que navega insubordinada, siendo el único artífice con voz y voto en la página en blanco: poniendo acotaciones a sus sueños, mediante dibujos o letra. En definitiva, creando un reino que nos pertenece y nos representa.
Estimular el crecimiento de la voz interior debería ser asignatura obligatoria, porque cada visión, cada perspectiva, cada tonalidad, cada sentido de armonía, cada estética confluye y construye una verdad más completa y, por tanto, más fiel. Si negamos voces, silenciamos verdades: a menudo ocurre porque no van con la moda de una época, o porque no son políticamente correctas. Tenemos que dejarnos ser, atrevernos a ser lo que somos, sin castrar las diferencias, sin reprimir: sabiendo canalizar lo que puede y debe ser expresado, para el bien de todos los seres.
El arte es sanador porque libera de elementos que, de otra manera, no encontrarían salida. Nos permite ser, sin juicios ni cortapisas.
Si la persona desea compartir sus creaciones el arte alcanza una dimensión social, pero esta es, ante todo, una decisión personal. Si queremos una sociedad sana mental y espiritualmente debemos dar rienda suelta a la expresión artística personal, tanto en privado y como en público. El papel de los educadores a la hora de estimularla y de detectar los talentos de cada persona es inexcusable. Nos cuesta reconocer y nos cuesta verbalizarlo, porque nos acostumbran a evaluar con un número y a clasificar en listas segregadoras, olvidando que la materia de la que estamos hechos es dúctil, maleable, en proceso continuo de transformación. Hemos de recordar a cada paso que somos creación, somos poesía.