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by Marisol Ortiz Treviño / julio 11, 2021

¿Por qué clasificamos las emociones como positivas o negativas?

Hemos podido advertir cómo en las últimas décadas ha ido ganando importancia el papel de las emociones en nuestras vidas. ¿Realmente nos resulta útil clasificar las emociones como positivas y negativas?

Hemos podido advertir cómo en las últimas décadas ha ido ganando importancia el papel de las emociones en nuestras vidas. Claro es que son un factor importante de nuestras conductas y estados de ánimo, información que tomamos para crearnos una visión de nosotros mismos e incluso para juzgarnos en los distintos roles que desempeñamos.

Sin embargo, la clasificación que hacemos comúnmente, la que todos usamos en la vida cotidiana para expresarnos y otorgar un valor a las emociones cualitativo a las mismas, es la que contiene solo estos dos valores: positivas o negativas. Y no es que la simplicidad de usar tan solo dos valores nominales pueda resultar un inconveniente, pero sí pudiera ser la connotación que de ello se deriva, las emociones positivas se quieren y son “buenas”, mientras que las emociones negativas se rechazan y son “malas”.

Quizás convendría reflexionar si este axioma que hemos tomado por verdadero es realmente cierto o probablemente el mundo de las emociones es mucho más complejo como para rechazar todo lo que nos desagrada.

¿Pero son realmente las emociones negativas siempre “malas” o nocivas?

Este artículo propone la posibilidad de una visión distinta que pueda ayudarnos a manejar más hábilmente el mundo de las emociones y ayudarnos así con el sufrimiento en la vida.

De este modo, podría ser más útil para las personas si cambiamos el concepto de emociones positivas y negativas, por emociones agradables y desagradables. El motivo para ello es hacer caer en la cuenta de que todas las emociones nos enseñan algo y son parte de nuestra naturaleza humana, lo cual hace que nos aceptemos mejor porque no tenderemos a rechazarnos cuando sintamos emociones desagradables, ya que esto podría incrementar nuestro sufrimiento. Incluso las emociones “desagradables” podrían ayudarnos a conocernos más a fondo, ver nuestros límites, alertarnos de situaciones o cosas que son importantes para nosotros, podrían permitirnos vernos como seres humanos imperfectos que somos, haciéndonos así más tolerantes, más humildes… Gracias a ellas podríamos aceptar y producir cambios, crecer y mejorar como personas, convencernos de lo que realmente nos importa o lo que realmente queremos llegar a ser… ¿No puede ser esto positivo entonces?

¿Por qué lo desagradable es negativo y lo agradable positivo? ¿Debido a que nos produce un perjuicio o un beneficio? ¿Pero qué lo genera? ¿La propia emoción o las acciones que se desencadenan tras ello?

Tal vez, habría que observar las emociones con prudencia y hacer el ejercicio de tratar de no juzgarlas como buenas o como malas y preguntarnos sobre dicha emoción: “¿Por qué estás ahí?, ¿qué me quieres decir?”. A partir de ahí, podríamos ser más capaces de tomar decisiones para producir cambios sin la opresión de otras emociones o sentimientos “desagradables” que nos ahoguen por haber juzgado como negativo lo que se sintió anteriormente, añadiendo sentimientos desagradables como la culpa, la angustia, la desesperación o la impotencia, por ejemplo. Lo que podría ocasionar un sufrimiento auto infringido que resulta innecesario y además hace daño. Es normal que una persona pretenda rechazar lo que es “negativo”, ya que lo juzgamos como nocivo. Pero desagradable no es lo mismo que nocivo, ya que para que podamos beneficiarnos de una vacuna antes tendremos que sufrir el desagradable pinchazo.

“No puede haber amor sin el dolor que nos produce la pérdida de aquello que amamos…”

Quizás podrías ser más útil aceptar la realidad de que una cosa no puede existir sin la otra. Esta realidad es más optimista y amable con nosotros mismos, nos deja espacio para pensar con libertad y esperanza y no nos ahoga de manera innecesaria.

Por tanto, sería importante considerar que puede existir dos tipos de sufrimiento, el sufrimiento inevitable que la vida trae consigo de manera natural y el sufrimiento auto infringido. El primero es debido a los trances que la vida trae consigo, como el sufrimiento de una enfermedad, la pérdida de un ser querido, el desengaño, por ejemplo, y el segundo deriva de la incapacidad para saber sobrellevar el primero de manera saludable, bondadosa o amable con uno mismo, el que nos posibilita mejorar. Por tanto, habría que tratar de asimilar de la mejor manera posible el sufrimiento inevitable para evitar un sufrimiento auto infringido que mengüe nuestra capacidad de acción y ahogue nuestras esperanzas en un pozo sin fondo del que no poder salir.

Invitar a la gente a catalogar las emociones como “agradables” o “desagradables” podría ser el comienzo de una visión más ajustada a la realidad de una persona que sea capaz de mejorarse a sí misma, una forma de facilitar la compresión del ser humano, de su naturaleza y su modo de vivir en este mundo. Abrazar lo que la vida nos brinda sin sentirnos tan culpables y con mayor capacidad de avanzar hacia lo que deseamos ser por conciencia. En definitiva, podría ser una forma de vivir más eficaz y a la vez más bondadosa. ¿No es esto algo realmente positivo?

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