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by María De Julián Latorre / julio 11, 2021

Desintegración negativa, un acercamiento al suicidio

De vez en cuando me vienen a la cabeza unas palabras que seguramente muchos hemos leído o escuchado alguna vez: «Perdón por el desorden, estoy tratando de ser yo». Reflexionando un poco sobre ello, pienso que bien podrían ser un guiño a lo que Dabrowski llamaba “desintegración”, un período o…

De vez en cuando me vienen a la cabeza unas palabras que seguramente muchos hemos leído o escuchado alguna vez: «Perdón por el desorden, estoy tratando de ser yo». Reflexionando un poco sobre ello, pienso que bien podrían ser un guiño a lo que Dabrowski llamaba “desintegración”, un período o proceso cuya característica principal es una intensa crisis psicológica. Esta crisis no es necesariamente mala, de hecho, puede ser el punto de inflexión que impulse un enorme crecimiento personal y produzca un cambio social positivo. Pero, para ello, es necesario no quedarse estancado, saber avanzar hacia la autorrealización, lograr, en palabras de Dabrowski, la reintegración.

Uno de los aspectos que puede motivar esta crisis es la capacidad que tiene el ser humano de hacerse preguntas. Capacidad que despierta, a su vez, una necesidad de respuesta, una necesidad inherente a cada uno de nosotros. Tanto las preguntas que nos hacemos como las respuestas que damos a las mismas, son las que nos definen y van guiando nuestras vidas. Y aquí es donde entran en juego las sobreexcitabilidades, presentes en muchas personas, respuestas innatas a los estímulos que se perciben y viven con mayor intensidad. Las personas que experimentan mayor sensibilidad son más perceptivas y capaces de desarrollar pensamientos más profundos, algo que, si se sabe educar, constituye una gran ventaja, una fuente de fortaleza. La teoría de la Desintegración Positiva de Dabrowski (1964, 1966) habla también del potencial de desarrollo (DP) de la persona al que contribuyen las sobreexcitabilidades, los talentos y habilidades, y el impulso de la persona para transformarse en la mejor versión de sí misma. El fin es reintegrarse a un nivel superior, pero para ello, es necesario atravesar una serie de procesos internos, pasar por un estado de desintegración que puede llegar a ser muy agotador y acabar convirtiéndose en un problema (una patología) si nos mantenemos en esa desintegración demasiado tiempo, o no somos capaces de lograr esa reintegración.

La sobreexcitabilidad nos hace percibir con mayor intensidad el desorden que existe en el mundo que nos rodea. Se sienten más las injusticias, el dolor, las necesidades de cada uno, se perciben aquellas cosas que fallan, que no están bien, que no son acordes con la ética, a nuestros valores. Es un desorden, por tanto, al que muchas veces no queremos adaptarnos pues, de hacerlo, estarían perjudicando nuestro desarrollo como persona. En este caso, estaríamos hablando de un desajuste positivo: es bueno estar inadaptado en una sociedad desordenada, estar “inadaptados a lo que es y ajustados a lo que debería ser” .

Sin embargo, este desajuste puede ser negativo, y esto es lo que da lugar a patologías como la depresión, la ansiedad o la tristeza. Una crisis puede abordarse de muchas maneras, y de la misma se puede salir más fuerte o, en el peor de los casos, no conseguir salir. Asimismo, al igual que existe la desintegración positiva, también existe la negativa y, desgraciadamente, cada vez encontramos más casos de personas que pasan por una crisis enorme sin ser capaces de llegar a una reintegración por experimentar una desintegración negativa.

En este punto encontramos un tema clave y de enorme importancia y actualidad: el suicidio. Cuando una persona empieza a vivir esa crisis en la que se encuentra de forma angustiosa, con la percepción de no ser capaz de resolverla (no ve la forma de llegar a la reintegración), comienza a plantearse el suicidio, viéndolo como la única salida . En estos casos, estas personas se encuentran, muy probablemente, dominadas por lo que se conoce como emociones negativas (miedo, ira, tristeza), muy estudiadas en el proceso de salud-enfermedad. El hecho de nombrarse como negativas no implica que sean malas. Al margen de las connotaciones que pueda tener mencionarlas así, recibir este nombre por caracterizarse por una experiencia afectiva desagradable o negativa. Pero su función, al igual que el resto de emociones, es preparar al individuo para dar una respuesta adecuada a las demandas del ambiente, con lo cual cumplen una función adaptativa (Piqueras, Ramos, Martínez, Oblitas y Armando, 2009). El problema surge cuando no existe un buen control de estas emociones y algunas de ellas acaban transformándose en patológicas.

Probablemente todos, en algún momento, hemos experimentado la sensación de no poder hacer más. De pensar que nuestra labor o nuestro margen de acción es muy limitado, minúsculo, que hay cosas que no se pueden cambiar o no sabemos cómo hacerlo. Todos vivimos situaciones que no entendemos, que nos parecen tremendamente injustas, que chocan, algunas, con la realidad a la que estamos acostumbrados. Todo esto es parte de la crisis y nos ayuda a replantearnos las cosas, a reconducir nuestra vida y a darnos cuenta de que tenemos una responsabilidad muy grande ante la que no podemos cerrar los ojos. Sin embargo, esta responsabilidad, muchas veces, también abruma. Especialmente si no tenemos los recursos suficientes (a nivel emocional, en este caso) a nuestro alcance. Podemos sentir que el mundo nos está fallando, o que nosotros estamos fallando al mundo, o ambas cosas. Y, de nuevo, volvemos a hacernos preguntas: «¿Qué hago aquí?, ¿qué puedo aportar yo al mundo?, ¿qué sentido tiene que esté?». Si a esto le añadimos la intensidad con la que una persona altamente sensible experimenta estas vivencias, la presión puede llegar a ser enorme. La sensibilidad en sí es algo muy bueno, pero una mayor sensibilidad significa mayor vulnerabilidad, mayor sufrimiento y mayor necesidad de recursos.

Las personas con ideación suicida suelen manifestar sentimientos de culpa, de vergüenza, humillación, desesperanza, entre otros. Muchas veces sienten que estorban, incluso que su presencia hace sufrir a los que tienen a su alrededor. Por ello, sienten alivio cuando deciden “quitarse de en medio”. Esto no deja de ser una muestra de empatía, una empatía fruto de su gran sensibilidad. Su error es pensar que el mundo está mejor sin su presencia, creer que no hay futuro posible, que las cosas no pueden cambiar. Pero la empatía no deja de ser un rasgo llamativo e indicativo del sufrimiento que pueden estar acarreando.

Mi experiencia en este campo, así como los testimonios de personas que han sobrevivido a un intento de suicidio me dicen que la persona que se suicida lo que rechaza no es la vida, sino el dolor, el malestar. Y en este aspecto, cada uno de nosotros podemos aportar nuestro granito de arena procurando que toda persona que trate con nosotros se sienta acogida, valorada, escuchada. Es, igualmente, importante educar en el sufrimiento, sabiendo que forma parte de nuestras vidas , pero no como algo malo sino como algo que nos forja y puede hacernos mejores.

Decía una gran mujer, conocida como la Madre Teresa de Calcuta: “muchas veces basta con una palabra, una mirada, un gesto, para llenar el corazón del que amamos, porque solo el que sufre y da sentido al sufrimiento podrá ayudar a sufrir, y solo el que no teme a la muerte, podrá ayudar a morir. Estáis llamados a construir un mundo más humano”.

Y con esto pienso en cuántas personas habrán podido salvarse gracias a un «para mí eres importante», a una actitud de escucha, o a una simple sonrisa hacia la persona que se encuentra al borde del precipicio, justo en el momento adecuado.

Normalmente, en los momentos previos al suicidio, la persona empieza a desvincularse de sí misma y de los otros. Se aísla, puede que a nivel externo, pero especialmente a nivel interno. No hay que confundir el aislamiento con la soledad puntual buscada, que puede ser muy sana, necesaria incluso en un PAS para descansar de todos los estímulos externos. El peligro no está tanto en el estar solo, sino en sentirse solo. La diferencia, aparentemente, puede ser sutil, y sin embargo enormemente importante. ¿Cómo detectarla? Mirando más allá de nosotros mismos, sabiendo estar, pero sobre todo, sabiendo ser . Trabajando y educando nuestra propia sensibilidad para poder percibir y ayudar mejor. Y sabiendo que nuestros pensamientos y emociones también influyen en los pensamientos y emociones de los demás, especialmente si nos encontramos ante un PAS. La sensibilidad debe ser nuestra fortaleza, una herramienta más de ayuda a los demás. Pensar en el malestar que debe tener una persona para decidir quitarse la vida es incómodo, te interpela. Cada vida que se pierde es una tragedia, pero cada vida que pueda salvarse también es un regalo. Por eso es importante pensar, al margen de todos los programas de prevención existentes, ¿qué puedo hacer yo? La realidad es que mucho, simplemente tratando de que cada persona que trate conmigo se sienta acogida, valorada, escuchada. «Que nadie se acerque a ti sin que al marcharse se sienta mejor y más feliz».

 

Bibliografía:

Dabrowski, K. (1966). La teoría de la desintegración positiva. Revista Internacional de Psiquiatría, 2 (2), 229-249.

Piqueras, JA, Ramos, V., Martínez, A., Oblitas, G., Armando, L. (2009). E mociones negativas y su impacto en la salud mental y física. Suma Psicológica, 6 (2), 85-112

Webgrafía:

AIM Digital. Desintegración positiva, las crisis en las personas muy inteligentes. https://www.aimdigital.com.ar/salud-y-bienestar/desintegracion-positiva-las-crisis-en-las-personas-muy-inteligentes.htm

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